Las leyes e instituciones electorales que hoy prevalecen en México existen porque el espíritu de las mismas nació de la búsqueda de un piso parejo para que toda expresión e ideología política tuviera las mismas posibilidades de acceder al poder y ejercerlo sin presiones de ningún tipo siempre fruto de elecciones limpias y tal vez las más concurridas y vigiladas de la historia de nuestro país al menos en las dos últimas jornadas celebradas en 2018 y 2021.
Nuestro sistema democrático siempre será perfectible, pero llama poderosamente la atención que todas las reformas propuestas desde finales del Siglo XX han nacido de las exigencias de la oposición para esa equidad, esas reformas permitieron que el PAN llegara al poder, que el PRI tuviera una segunda oportunidad y que un movimiento social reunido en el partido político Morena de reciente creación accediera no solo a la Presidencia de la República, sino también tuviera la mayoría en el Congreso de la Unión y hoy gobierne 16 entidades federativas.
Pero en esta ocasión la presión no viene de la oposición, que sabe que las condiciones actuales al menos en lo legal son las óptimas para evitar que cualquier partido se perpetúe en el poder, no, en esta ocasión la iniciativa de reforma a la ley electoral con miras al 2024 por primera vez viene desde el partido en el poder, y específicamente dictada desde Palacio Nacional, lo cual viene a ser un contrasentido, cuando en su momento quienes hoy integran Morena y en muchos casos formaban parte de otros partidos políticos avalaron la normativa electoral que hoy tenemos.
La línea es clara, y la intención de polarizar al país también y creo que en el fondo la intención de esta reforma y de poner en la agenda el tema es mantener ese pleito continuo e inexplicable contra un organismo ciudadano como el INE que se encarga de ser el árbitro electoral.
Es de nuevo buscar que las leyes se ajusten a las necesidades y deseos del grupo en el poder, y cada vez que no le acomodan recurrir a los levantadedos del Legislativo para ajustarlas al deseo del líder.
Para que la reforma sea válida y no visceral debe de nacer de un amplio consenso de todas las fuerzas políticas, basada en un diagnóstico de la situación que se vive y no porque no me ajusta la normatividad. De otro modo será un capricho presidencial más.
Miguel Ángel Puértolas