No debemos perder de vista que uno de los peores males del ser humano es la factibilidad de ser corrompido, decía Joseph Fouché, político francés que ejerció su poder durante la Revolución francesa, el imperio napoleónico y la Restauración borbónica en Francia que todo hombre tiene su precio solo hace falta saber cuál es.
La ambición mal entendida lleva a los hombres a actos de corrupción en la búsqueda de beneficios propios mediante prácticas no deseables, incluso ilegales, por lo que de este modo cobra relevancia la vigilancia del uso de los recursos públicos y es ahí en donde si no se elimina se merma en gran medida la posibilidad de una malversación del erario.
De modo que habiendo entendido que las figuras encargadas de fiscalizar y prevenir el mal uso de los recursos no son exentos de estas prácticas y al tratarse en muchos casos de órganos colegiados encargados de vigilar la correcta aplicación del dinero público hoy debemos de fortalecerlos porque simple y sencillamente nos conviene a todos.
El gobernante se ve en la imperiosa necesidad de no caer en corruptelas al sentirse vigilado y cercado por leyes que impiden que realice ciertas acciones, que en un contexto utópico donde no exista un uso faccioso de las instituciones y un debilitamiento por la imposición de un Poder Ejecutivo que tenga al servicio a los otros dos poderes, nos llevaría a ser un país de mayor fortunio.
Por eso es triste y preocupante que le hayan corregido la plana a la Auditoría Superior de la Federación, o que organismos fiscalizadores como este caigan en manos de personas sin escrúpulos pues las pérdidas de recursos multimillonarias privan de una mejor calidad de vida o de bienestar a los gobernados.
No es posible que hoy se subestime este esfuerzo emprendido en la creación de un sistema nacional anticorrupción, no es posible que a quienes se le confía la vigilancia de la correcta aplicación del recurso público quede subestimado y reducido. Como tampoco es legal y ético que estas instituciones sean usadas para el golpeteo político.
