Una cosa es ser críticos, otra cosa criticones y una muy diferente atacantes, todos los políticos deben asumir que parte de lo que es inherente a su labor en el servicio público es sujeto de análisis que pueden llevar a razonamientos favorables sobre el desempeño en sus cargos, a críticas que lo que buscan es señalar lo que se hace mal y de parte de los comunicadores, salvo en contadísimas ocasiones ataques velados contra su desempeño, acciones, políticas públicas o gobierno.
Me causa escozor el político de piel sensible y más aquel que al ser blanco de críticas, que lo único que buscan es señalar situaciones con las que no están de acuerdo, o que pudieran representar un problema, se diga atacado. Uno de los derechos universales es el de la libertad de expresión que no debe de entenderse como un libertinaje sino como un acto responsable que sin alterar el orden ni las leyes tenga como fin expresar ideas, pensamientos y formas de sentir.
La clase política debe entender esa parte, y evitar colocarse en la posición de mártir o en el peor de los casos de represor de quienes disienten con los actores responsables de la administración del recurso público y la representación de los tres poderes en el país ya sea por nombramiento o por el voto secreto de los ciudadanos.
Ya basta de apuntar con dedo flamígero a quienes no estén de acuerdo con quienes gobiernan o administran el poder, hay cosas más importantes, como por ejemplo escuchar esas voces que no están de acuerdo para hacer un análisis y considerar las opiniones discordantes que bien podrían contribuir a hacer las cosas mejor.
Una posición férrea de no aceptar la crítica convierte a un político en dictador, sobre todo cuando es fundada y no pretende un estatus quo sino advertir sobre posibles riesgos para los demás o posibles áreas de oportunidad. Pero lamentablemente en México no hemos avanzado mucho en eso, lo que estamos viviendo en este momento de nuestra historia más que una transformación es un rancio deja vu.