Antes de que Estafadoras de Wall Street les planteara hacer escenas de pole dancing con poca ropa, casi todas sus protagonistas ya habían expresado empoderamiento a través de su cuerpo. Lizzo, la revelación hip hop de este 2019, aparece desnuda en la portada de su álbum Cuz I Love You como una declaración de positividad corporal; la rapera Cardi B canaliza el lenguaje corporal de sus días como estríper en sus videos musicales. De Jennifer Lopez basta decir que tiene asegurado su trasero por 27 millones de dólares. La novedad no es que esta película les requiera quitarse la ropa. La novedad es que, en lugar de hacerlo como un manifiesto personal, esta vez lo hacen para enviar un mensaje político. Ésta es una de las varias formas en que Estafadoras de Wall Street está por encima de las películas de estrípers en el sentido frívolo, noventero.
Tomando su premisa de los hechos reales relatados en un artículo de The New York Magazine en 2015, la cinta narra el plan de supervivencia de un grupo de bailarinas exóticas luego de que la crisis financiera del 2008 espanta a sus clientes, quienes eran en su mayoría corredores de bolsa de Wall Street. Visto desde afuera es inofensivo. Parece la noche en la que cualquier ejecutivo con gusto por los excesos termina gastando miles de dólares. Cuando algunos de sus clientes comienzan a sospechar que algo no cuadra en los estados de cuenta de sus tarjetas de crédito, el negocio redondo de estas mujeres tendrá los días contados. Al centro del relato criminal está la amistad entre Destiny (Constance Wu), una chica recién iniciada en el oficio de estríper, y la veterana Ramona (Jennifer Lopez), quien la protegerá y enseñará a navegar el submundo de los clubes nocturnos.
En gran parte, este drama criminal (yo usaría “drama” con mesura, pues tampoco llega a ser tan dramática) aspira a ser entretenimiento, no contendiente en entregas de premios. Como entretenimiento funciona totalmente. Personajes, conflicto y ambiente están hablados en el idioma del gran público: con rostros famosos, música inconfundible, sentido del humor, ostentosidad y diálogos que usaremos para el diario. A la vez, tiene una rara sensibilidad que pone atención a detalles milenariamente ignorados por el cine palomero. Algo que podría situarla, mínimo, en las ternas del Oscar a Mejor Actriz (para Jennifer Lopez) y Mejor Guión Adaptado (Lorene Scafaria). A celebrarse, primero que todo, está el hecho de que difumina lo blanco y lo negro en todos sus personajes; eliminando heroínas, villanas, autoridades morales. Poniendo a cuadro a protagonistas que saben delinquir y conocen la lealtad. De aplaudirse, después, que no intente ser una versión femenina de las historias de gángsters. Es, en el fondo, una historia sobre amistad. Suma mucho, igualmente, que haga un comentario sobre la dificultad de las mujeres de minorías étnicas para sobrevivir en un sistema injusto que no las favorece. Nos muestra cómo es el entretenimiento cuando la diversidad es el criterio. Igual de merecedor de reconocimiento que el cine hecho por élites.
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