
Resultaba imposible no recordarla.
Y narrador y personaje, acertadamente reunidos en una novela destinada a inventariarse en cualquiera de las lecturas más diversas —gozosas y especializadas— lo hace.
“Éramos Los hijos de Sánchez, sucios, feos y malos —advierte la voz omnipresente de Mi vida no tan secreta, con la que J. M. Servín (Ciudad de México, 1962) confirma el privilegiado sitio que, aún cuando se le haya regateado durante años, ocupa en la narrativa mexicana actual—, incrustados por un golpe de suerte momentánea en un barrio con aire bohemio”.
Puesto que en Mi vida no tan secreta —en apariencia simplemente una autobiografía, una novela de no ficción— se contienen tantas historias como las que el mismo Servín ha experimentado a lo largo de su existencia. Es el recorrido por una estirpe, una ciudad, unas prácticas sociales. A la manera del que ofreció, a principios de los 60, el norteamericano Oscar Lewis (y que causaría, por cierto, notorio revuelo).
Así las vueltas de la narrativa.
Son ahora las vidas de los hijos de Lucio, el padre de Servín y de sus hermanos y hermanas, las que nos cuenta Mi vida no tan secreta. Magnífica oportunidad para incluir en ellas poco más de tres décadas de existencia —“ni peor ni mejor” — de una persona como cualquiera de nosotros, nosotras, en la búsqueda de un camino personal. Recorrido que mediante el buen oficio literario de Servín es ahora mapa.
Ahí está la memoria, dice algo así al final el autor, ya se sabrá para qué nos sirve en el futuro.
Novela fuerte la de Servín —verdad ya pronosticada en el epígrafe de Antón Chejov: sólo durante los tiempos difíciles es cuando las personas llegan a entender lo difícil que es ser dueño de sus sentimientos y pensamientos—.
De experiencias con el consumo del alcohol a una temprana edad. De relaciones casi de odio con el presente-ausente padre. De pálidas iniciaciones sentimentales. De búsqueda del cómo ganarse la vida. De arraigos y desarraigos y de mudanzas varias. De ocupación de nuevos territorios. De una ciudad cerrada por la mentira y el hurto. “Nos valía madres ser de izquierda o de derecha”.
“Asaltos bancarios, ejecuciones, desaparecidos, razias, brutalidad policiaca —¿mejor resumen de lo que fue durante años el entonces Distrito Federal? —. Seis años de abuso de autoridad, como bien cantaba el Three Souls in my Mind, defraudación fiscal, narcotráfico, peculado, despojo, asociación delictuosa, usurpación de funciones, contrabando, abuso de confianza, extorsión, encubrimiento”.
Ciudad —excelentemente narrada por Servín— que experimentaría nuevas y diferentes lindezas, entre las más señaladas las naturales, temblores y demás, al momento posibilidades para “inventarme una personalidad afín con mis ganas de notoriedad. Era un joven desvergonzado e insolente que buscaba la oportunidad de que se fijaran en él”.
Porque eso era la juventud del narrador-personaje de Mi vida no tan secreta, “una rabia enorme paliada con una vitalidad que sólo servía para autodestruirme con la bebida yendo de un lado a otro por la ciudad, caminando grandes distancias para sudar mi tristeza”.
“Viejo abandonado a su suerte —Jesús, viudo, se llamaba el padre de los Sánchez de Lewis–, enfermo y pobre”, el Lucio de esta sincera narrativa dejará el campo libre al devenir de sus hijos, numeroso clan —“hijos, sáquenme de aquí, está muy feo, tengo miedo”—, y en específico a su postrer autor quien para entonces comenzó a “sentir el rigor del periodismo. Del oficio de la escritura. Me enfrentaba a algo grande y desconocido”.
Algo así como “un futuro distinto, un mundo de abstracción y creatividad sin sobresaltos por el miedo de vivir”.
¡Pero cuánto de vida hay en esta Mi vida no tan secreta!
Narrativa viva que instiga a vivir.
(Otros libros de Servín: Al final del vacío y Nada que perdonar, crónicas facinerosas).
Mauricio Flores