
Referentes literarios sobre la búsqueda del padre existen muchos. En diferentes cánones. Muestras de lo que pudiera ser su antítesis, la pesquisa del hijo, algo menos. De manera que si un novelista contemporáneo, Renato Cisneros (Perú, 1976), nos obsequia ejemplos en ambos territorios, es ya un motivo para la celebración lectora.
Primero publicó La distancia que nos separa (2015), una novela donde más que realizar una biografía acerca del padre, el autor “llena espacios blancos con imaginación”. Esto es, con materiales provenientes de lo que el hijo imagina fue el padre y “de aquello que ignora y que nunca dejará de ser pregunta”.
Circula ahora Algún día te mostraré el desierto que, si bien tiene diversos rasgos novelísticos, Cisneros presenta a manera de “diario”, relatado como el título anterior siempre en primera persona. Una narración que expande la “experiencia más intensa que he vivido nunca”, y que también identifica como el obsequio que apenas hace unos años le dieron hija y madre de esta: la paternidad.
Experiencia por demás particularísima llevada a lo literario, ¿autoficción?, que “partió mi existencia en dos, la que me hizo sentir un hombre nuevo, gozoso y, poco después, repentina, inexplicablemente ajeno, como si mi esencia se hubiese vaciado en mi interior con los nuevos acontecimientos”.
Bien haría el lector de este Algún día… remitirse a La distancia… Cerrará con ello un círculo narrativo. El de un autor que entiende (y nos explica) a cabalidad la utilidad de la literatura, al menos en su medianamente dilatado recorrido. (Publicó sus primeros poemarios a finales de los 90 y en 2011 su primera novela, Nunca confíes en mí).
Ambos libros transparentan a un autor convertido en personaje a niveles de alta sinceridad. “Si hubo algo decisivo que hizo brotar en mí las ganas de ser papá o, mejor dicho, que abolió las ganas de no serlo, fue la escritura de la novela de mi padre”. Algo así como el convencimiento de quien sabe que es en “el dolor más próximo” donde se encuentra la verdadera materia de la literatura.
En tono de diario, es cierto, pero también a ritmo de carta al hijo, Algún día… descubre el itinerario de un hombre camino a una paternidad signada por el desarraigo, la movilidad social y ciertos ambientes culturales. Los de Cisneros y nuestros días. Aparato que el autor dispone con el fin de traslapar escenarios, personajes y tiempos. “¿Entenderá Natalia —nombre con el que se le asigna a la hija aún nonata— que mi trabajo es esto: hacer una autopsia constante de mi intimidad para descifrarla, primero, y luego usar ese material para contar una historia?”.
Leída en estos tiempos, Algún día… pudiera convertirse también, en el contexto de un futuro pandémico e incierto, en registro de vivencias pasadas del tipo de escritores que promocionan sus libros esta semana en Lima, la siguiente en París y en una tercera vuelven a su residencia en Madrid.
Aunque también, en su verdadera esencia, seguirá siendo una lectura que rescata las realidades más comunes al ser humano (el padre, el hijo) y sus experiencias de gozo y dolor. “No se trata de exponer a los demás gratuitamente, sino de exponerse uno mismo para hacer ver que las experiencias dolorosas que parecen privadas, y que la cultura nos ha enseñado a proscribir de nuestras conversaciones por pudor, son en realidad marcas comunes, esenciales para la construcción de nuestra identidad”.