Política

Matar porque sí

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Los familiares pagaron el rescate y sin embargo los delincuentes lo mataron. La señora Norelia, madre de Norberto, sintetizó el radical cambio de su vida: procedente de Chihuahua, venía por el certificado de graduación de su hijo, y se llevó su acta de defunción.

No debió haber ocurrido. No debe suceder otra vez.

El lamentable caso de Norberto Ronquillo es la ventana a una realidad que oprime: en el primer cuatrimestre de 2018 se registraron en Ciudad de México siete secuestros, en tanto que en el mismo periodo de 2019 se denunciaron 26, un incremento inusitado (datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Notivox 12/junio/2019).

Pagado el rescate, o tal vez incluso antes, los captores de Norberto le quitaron la vida. Deben pagar por ello. Retornemos al mundo que merecemos: que sobre la impunidad impere el estado de derecho.

Antes hasta los más crueles asesinos alegaban razones o motivos para matar, en tanto que hoy se mata porque sí, porque no pasa nada, porque es gratis, por ocio, por inercia, por no dejar, porque se puede.

Y porque sí, porque no pasa nada, hasta algunos incidentes de tránsito se dirimen con violencia extrema, en tanto que los asaltantes disparan sobre sus víctimas aunque no opongan resistencia.   

Si el delincuente común sabe que ahora matar no tiene costo, más claro lo tienen el sicario y cualquier integrante del crimen organizado.

Por eso los 9 mil 549 homicidios en el primer cuatrimestre de 2019 (SNSP), un promedio de 80 homicidios por día en el país, como resultado de una inercia mortal de 12 años que ha hecho que lleguemos a este punto: matar no tiene costo y casi nunca implica consecuencias legales. Lo sabemos todos: sociedad, gobierno, legisladores, juzgadores, víctimas y criminales.

Hace algunos años, ante la violencia permanente y creciente, nos dio por poner lo que cada quien pudo en su casa o negocio: pasadores triples, candados sofisticados, altas vallas, cercas electrificadas, alambradas con nudos, rejas de acero, potentes alarmas, y tanto quisimos sentirnos seguros, que despertamos con un contrasentido: los ciudadanos estábamos enrejados y los delincuentes libres.

Al paso de años de convivir con la violencia, crecientemente más cruel, desafiante y descarada, aquellos tiempos parecen buenos, incluso un tanto ingenuos.

Porque hoy los delitos se cometen, incluso los graves como homicidio, secuestro o asalto a gran escala, en calles, plazas, carreteras, restaurantes, centros comerciales, tiendas de conveniencia, escuelas, unidades de transporte público. Y se consuman a cualquier hora, prácticamente en cualquier sitio.

Nos hemos habituado al “video del día”, el asomo a un hecho criminal casi siempre indignante, como el despojo de un portafolio a una persona de la tercera edad; el asalto brutal de dos hombres a una mujer; la orden amenazante de quienes atracan una unidad de transporte de pasajeros; la humillante prepotencia de los delincuentes que roban una tienda; la extrema violencia de un cártel que ataca a sus rivales y graba la masacre. Videos indignantes y, sin embargo, rutinarios. 

¿Cómo fue que en una docena de años transformamos los actos criminales en rutina? A fuerza de reiteración, día tras día, durante ya más de 4 mil días.

Así se coló la violencia en forma de rutina en nuestra vida, hasta borrar todas las fronteras de lugar y tiempo: ya no es preciso estar en ciertos lugares y en ciertas horas para correr riesgo. El riesgo, la delincuencia, el criminal, van a donde estemos, van armados y con la idea de la impunidad segura.

O contenemos la violencia o seguirá arrasando con lo que más queremos: nuestras familias y amigos, nuestras comunidades, nuestra paz.

* Secretario General de Servicios Administrativos del Senado y especialista en derechos humanos. 

@mfarahg

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Mauricio Farah Gebara
  • Mauricio Farah Gebara
  • Especialista en derechos humanos.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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