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Epidemias: hoy, un reto manejable

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El ser humano lleva apenas unos 100 años de saber en lo general qué hacer para frenar una epidemia. Este lapso equivale a uno por ciento de los 10 mil años que han transcurrido desde que empezó el sedentarismo.

En el tiempo restante no hubo nada que hacer frente a las epidemias. Si acaso rezar, pedir perdón o un milagro, consolar a los enfermos y amontonar los cadáveres. Además de incontrolables, las epidemias eran incomprensibles, de manera que aquello podía ser un castigo de Dios o un ataque del Demonio.

Entre las más destructivas y famosas, está la peste negra, que de 1330 a 1350 causó entre 75 y 200 millones de muertes en Euroasia. Inglaterra, por ejemplo, perdió 40 por ciento de su población y Florencia a 50 mil de sus 100 mil habitantes.

Otra epidemia catastrófica fue la que llegó a Veracruz en 1520 con la flota de Pánfilo de Narváez, quien pretendía detener a Hernán Cortés por órdenes de Diego de Velázquez. Entre los esclavos africanos que viajaban con él venía Francisco de Eguía, portador del virus de la viruela. Fue tan brutal el efecto sobre los nativos, que de marzo a diciembre de ese año la población se redujo de 22 a 14 millones. En Tenochtitlan, la población de 250 mil habitantes disminuyó a la mitad.

Más enfermedades provenientes de Europa para las que los nativos no tenían defensa, como la gripe y el sarampión, disminuyeron la población a dos millones de personas en 1580 (Yuval Noah Harari, Homo Deus, 19).

El fin del terror de una muerte invisible que parecía viajar por aire empezó con la invención del microscopio en 1590, pero los progresos requirieron siglos.

En el XIX dos científicos lograron importantes avances: Edward Jenner creó la primera vacuna (contra la viruela) y Louis Pasteur descubrió en 1864 el proceso para la eliminación de la mayoría de los agentes patógenos de los alimentos (pasteurización), descartó la teoría de la generación espontánea y demostró que las enfermedades infecciosas eran producidas por microorganismos y no por “desequilibrio de humores”, como se creía.

A pesar de que en 1683 Anton van Leeuwenhoek pudo ver bacterias por primera vez, fue hasta 1910 cuando Paul Ehrlich desarrolló el primer antibiótico (contra la bacteria causante de sífilis).

En 1899, Martinus Beijerinck identificó el primer virus (el del mosaico del tabaco).

Recientes y todavía sin madurar estos avances, el mundo se vio azotado por la llamada gripe española en 1918, a la que se atribuye la muerte de entre 50 y 100 millones de personas, en la misma época en que la Primera Guerra Mundial mató a 40 millones en cuatro años.

Desde entonces ninguna epidemia ha sido tan destructiva como las citadas, porque la humanidad logró asomarse con claridad y eficacia al microcosmos.

Por ello, de acuerdo con el historiador Yuval Noah Harari, las epidemias han dejado de ser fuerzas de la naturaleza incomprensibles para transformarse en retos manejables.

Así, vacunas, antibióticos, mejoras en la higiene y en la infraestructura médica han logrado incluso erradicar enfermedades como la viruela.

En el siglo XXI hemos superado, no sin sufrimiento y muerte, el síndrome respiratorio grave (2003), con menos de mil víctimas; gripe aviar (2005), 126 víctimas; gripe porcina (2009-2010), entre 175 mil y 500 mil, y ébola (2014) con 11 mil víctimas.

El sida ha causado la muerte de más de 30 millones de personas desde 1980, pero “la ciencia logró, en dos años, identificar la epidemia, entender cómo se propaga y encontrar maneras eficaces de desacelerar su avance”, hasta mutarla “de una sentencia de muerte en una enfermedad crónica”.

Ahora estamos frente al covid-19, que acumula ya más de 400 mil infectados y más de 18 mil fallecimientos en el mundo.

Necesitamos con urgencia que Noah Harari, gran estudioso de epidemias, hambrunas y guerras, tenga razón cuando sostiene que “en la carrera armamentística entre los médicos y los gérmenes, los médicos corren más de prisa”. Ojalá.

* Secretario General de Servicios Administrativos del Senado y especialista en derechos humanos.

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Mauricio Farah Gebara
  • Mauricio Farah Gebara
  • Especialista en derechos humanos.
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