Con Sudán dividido en dos países, Omar al Bashir incorporó a los janjaweed como un elemento semiformal del Estado. Aquellos paramilitares armados por su gobierno se convirtieron en una parainstitución. De existencia añeja, fueron reclutados a inicio de los años dos mil para la operación que llevó al genocidio de Darfur contra la población no árabe. Junto al ejército regular y tras una serie de protestas en 2019, depusieron a Bashir.
Son muchos los códigos para pensar Sudán. Sus caminos siempre llevarán a Darfur y a la violencia étnica que no ha claudicado ahí ni en Sudán del Sur.
Entre esos códigos se impone la amenaza de tragedia regional, a causa de la cantidad de desplazados buscando salvarse donde otras precariedades son regla: Chad, Etiopía, Eritrea.
Luego de tres décadas bajo el mando de Bashir, ninguna ingenuidad esperaba que el choque entre el ejército y los viejos janjaweed tomara en cuenta a los civiles. Menos, tras sus últimos años de poder compartido en el autoconvencimiento de que Sudán no podía prescindir de tales militares. Hay países a los que les sucede eso.
Es limitado analizar el nuevo episodio sudanés sólo como la rivalidad entre dos generales y sus facciones. Se llegó a este punto gracias a una deconstrucción política. Rivalidades hay muchas, no todas terminan en el mismo lugar.
Sudán es el ejemplo extremo de un fenómeno perverso que arroja la figura de generales, vueltos actores parapolíticos y también empresarios.
La institucionalización de los janjaweed tuvo el dejo de gratitud criminal del dictador a sus mercenarios. Para facilitar formalizarlos se les puso a construir hospitales y escuelas. Sus compañías se dedican al oro, la tecnología y esa ambigüedad en la que import export dice todo y nada.
Ante el temor endémico de un golpe, Bashir redujo el entendimiento de las tareas del Estado y volcó sus funciones en soldados. Entregar favores para conseguir lealtad resultó una ecuación sumamente frágil. Sobrevivió el interés por preservar los réditos.
Sudán no conoció las vías democráticas, a pesar de contar con una sociedad implorándolas. Hoy, vive el regreso a categorías prepolíticas en las cuales la muerte es lo único democratizado. Es para todos.