Hay un resquicio en los impulsos de supervivencia donde la imaginación política es absolutamente pragmática y trágica, lejos de las cursilerías impuestas por la demagogia. A tres meses de los ataques del siete de octubre, con la devastación de Gaza y un centenar de rehenes aún en manos de Hamás, no hay espacio para plantear tranquilidades cuando sólo se piensa y actúa en términos de destrucción mutua.
Recuentos y testimonios de la guerra ya forman parte de un paisaje informativo con facilidad a pasar inadvertido. Entonces, la atención se destina a las tangentes: los houtíes y el mar Rojo, la repercusión en las elecciones estadounidenses, las expresiones de antisemitismo, antiarabismo e islamofobia.
Pueden leerse como objetivos naturales los asesinatos en el Líbano de Saleh al-Arouri, segundo a cargo del ala política de Hamás, y de Wissam al-Tawil, comandante de las fuerzas Redwan del Hizbulá, encargadas de sus operaciones de infiltración en territorio israelí. También, como una provocación de Netanyahu y su gabinete dirigida al Hizbulá con ánimos de involucrarlos en un segundo frente.
Van más de veinte mil muertos. La incursión de Israel le ha sumergido en una crisis de legitimidad. En la Corte de Justicia Internacional se empezará a juzgar el caso de actos genocidas, presentado en su contra por Sudáfrica. Los rehenes sobrevivientes no han sido liberados, los liderazgos de Hamás se mantienen, en especial Yahya Sinwar, jefe de la organización en Gaza y a pesar de su deterioro, su estructura militar continúa funcionando.
En caso de que la reacción del Hizbulá llegase a una confrontación más directa, es probable que sus resultados sean equivalentes a los de Gaza pero útiles para Bashar al-Assad.
Una incursión sobre Líbano tiene un alto grado de fragilidad. Los mayores ataques israelíes a milicias vinculadas con Irán han sucedido en Siria. Grupos que desde hace meses incrementan su despliegue hacia zonas con presencia norteamericana. Toda acción contra ellas es redituable para Assad. Refuerzan la necesidad de sus aliados en apoyarlo. El pretexto que una vez le dio el Estado Islámico, hoy se lo estaría dando Netanyahu.
Salvo entre los peores, la imaginación ha claudicado.