Corre la primera década del siglo XX. México está sumergido en un baño de sangre. Gavillas dominan a lo largo y ancho de país. El régimen revolucionario está en ciernes. Se opta por un régimen democrático, aunque de simulación. Sólo acceden a los puestos de elección popular, los candidatos del Señor Presidente. La imposición de gobiernos a los jefes revolucionarios crea descontento.
El régimen cardenista es determinante: las tentaciones socialistas encuentran resistencia en los herederos de la guerra cristera. Un grupo de mexicanos formados en la Escuela Libre de Derecho convocarían almas y voluntades para fundar una institución que permitiera buscar una nueva vida para México.
“En vista de la situación política y general de nuestro país se hace urgente e indispensable la actuación de todos los ciudadanos honrados y capaces que deseen sinceramente el bien de México y de los mexicanos…” se leía en las cartas invitación que circularon por todo el país, perfectamente mecanografiadas y delicadamente firmadas con exquisita caligrafía.
Así, hace 80 años nació Acción Nacional, el partido del bien común, de la solidaridad, la subsidiaridad, un espacio de encuentro entre campesinos, obreros, estudiantes, empresarios. Las mujeres tienen un papel importante desde su fundación.
Inició, pues la brega de eternidad, presentando candidatos en elecciones, sin ninguna posibilidad de triunfo. Participaciones testimoniales. Eran servidores de la nación, no destructores de la Patria
Aún con todo en contra, sentaron las bases institucionales que desarrollaron posteriores generaciones, gracias a que aquellos hombres no fueron desertores de deber.
“Acción Nacional no tiene prisa por llegar al poder, si ha de llegar alguna vez, llegará andando a pie firme, no haciendo genuflexiones ni mendigando gracias” se decían a sí mismos tras las consecutivas derrotas.
Poco a poco ganaron las primeras alcaldías, las primeras diputaciones locales, federales, senadurías, gubernaturas. Y en el camino dos grandes grupos se definieron: los panistas pragmáticos y los panistas doctrinarios.
En el 2000, con Vicente Fox como candidato, lograron al fin sacar al PRI de Los Pinos. Durante décadas se prepararon para contender, pero el gobierno de la república representó su mayor reto. Los doctrinarios advertían: “no perdamos los principios, o perderemos el poder y el partido”.
Habiendo sucumbido a la embriaguez de gobernar, hace tres lustros el PAN se apartó de sus principios y perdió el poder, y el partido quedó muy disminuido.
Los otrora poderosos bastiones blanquiazules fueron menguando, y hoy sólo queda Guanajuato.
¿Dónde están hoy los servidores de la Nación, constructores de la Patria? ¿Es que acaso la mayoría ha desertado ya de su deber? ¿Quién se hará cargo de los afanes, de la brega de eternidad? ¿Volverá Acción Nacional a detentar el poder? ¿Llegará sin prisa, andando, o entre genuflexiones? ¿Inspira aún esa Patria Ordenada y Generosa? ¿Aún hay quien se entusiasme por construir la Nueva Jerusalén con adobe mexicano?
Periodista de investigación. Ex servidor público de carrera