Como se recordará, hace una semana en este espacio hacía referencia a la inminente gira presidencial al noreste de Guanajuato. En este espacio aventuré mi deseo de que el presidente López Obrador hiciera algo más que repartir dinero y ofrecer discursos llenos de demagogia, pero vacíos de beneficios.
Y es que el proceder del tabasqueño es tan predecible, como el guion de lo que ha dado por llamar desde hace meses “diálogo con los pueblos indígenas de México”, cuyo objetivo según la versión oficial es “Informarles de los avances de su gobierno y los beneficios que hay para sus comunidades”.
En todos estos actos protocolarios, se inicia con una ceremonia autóctona de bienvenida, previo a pasar al presídium. Esta parte del espectáculo nos ha brindado fotografías memorables, como aquella donde el Presidente se puso un par de panes sobre la cabeza. En Tierra Blanca también recibió una pieza de ese alimento, pero optó por darle una mordida y así quedó registrado por las cámaras de los fotógrafos.
Tomará la voz una persona con cualquier tipo de representación comunitaria. Relatará que hubo una asamblea recientemente y que la conclusión fue exigir el reconocimiento de las autoridades electas por usos y costumbres de la etnia. En el caso de los Chichimecas Jonaz y Otomís, aprovecharon para pedir guardias comunitarios.
Hasta ahí todo como una copia fiel de los “diálogos con indígenas pasados” y estructurado exactamente igual, como al encuentro que dos días después tendría con los náhuatl en la Ciudad de México.
No puede faltar Adelfo Regino, titular del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, quien como siempre lo hace, ofrece un discurso en su lengua materna donde resaltará que es un Mixe de Oaxaca, y que ha enviado un mensaje de bienvenida. Exaltará milenarias tradiciones, aunque, salvo los mayas, etnia alguna haya cumplido ni siquiera un milenio.
Luego tocará el turno al micrófono al gobernador del estado anfitrión. Es aquí donde aparecen los abucheos y más de alguno tiene dificultad para salir bien librado. El tono puede ser respetuoso pero distante, como en el Estado de México; simbiótico, como en la Ciudad de México, o conciliador, tratando de echar tierra a las diferencias y tender puentes, como lo fue el de Guanajuato.
El momento cumbre será el discurso presidencial. Sea el estado de la república que visite, o la etnia con la cual se reúna, siempre hará un relato histórico in crescendo de las “transformaciones” del país. No faltarán nunca los “dos curas rebeldes” precursores de la gesta de Independencia; después vendrá “el mejor presidente de México”, Benito Juárez, “un indígena terco y perseverante” y su movimiento de Reforma, apabullando a “los conservadores”.
En su imaginario dicotómico, y maniqueo el relato sigue con “un dirigente bueno, un apóstol de la democracia: Francisco I. Madero”, quien encabezó los anhelos del pueblo bueno contra “el dictador”, en lo que constituyó la 3T.
Para preparar el camino a la 4T, hablará de quienes “dejaron abandonado el país” y son responsables de alguna problemática local. En el caso de Guanajuato, como no hay nada que anunciar por parte de su gobierno, recurrió a generalidades. “No hay sucursales bancarias, aquí en Tierra Blanca va a haber una sucursal del Banco de Bienestar”, arengó para provocar la ovación.
Y como lo hiciera aquel personaje de la sátira política de Los Supermachos del genial y finado caricaturista Rius, el cacique Don Perpetuo del Rosal, en cuyo ficticio informe de gobierno a falta de logros ofrecía cifras de cuánto había gastado en “tierra pa’ las macetas”, el tabasqueño en Guanajuato dijo que la gente del noreste podrá recibir sus apoyos sociales directamente en su tarjeta, “sin intermediarios”.
Ese fue el gran anuncio de López Obrador, en tierras guanajuatenses. Y refrendar su compromiso del camino a Atarjea. Nada más.
Lo demás fueron lugares comunes y afirmaciones que pueden ser verdad, o no, de las que abundan en sus ruedas de prensa matutinas. Y una desafortunada arenga sobre el sistema de salud.
Quizá por eso hasta le sobró tiempo para grabar un video en un jardín botánico de biznagas gigantes.
¿A qué vino López Obrador?
Periodista de investigación. Ex servidor público de carrera