Berlín. Por más de 30 años, Porfirio Díaz utilizó como lema de su gobierno la frase comtiana de “orden y progreso”, extraída de la expresión “el amor por principio, el orden por base, el progreso por fin”. Puede suponerse que, tras décadas de guerras sangrientas, pacificar el país hacía inviable incorporar el “amor” como distintivo de gobierno. Acaso deslumbrados por los resultados de la primera mitad porfirista, Brasil iría más allá y en 1889 incorporaría el mismo lema a su bandera.
Sin embargo, el país que mejor honraría hoy en día dicha expresión no puede ser otro que no sea Alemania. Acá, la importancia del “orden”, en el sentido más amplio de la palabra, es parte ya del ADN teutón que los hace sistemáticos, metódicos, consistentes (“aburridos y monótonos”, dirían otros). Más aún, no hay forma de negar que ese orden, más seguramente otros factores, ha generado un progreso admirable.
El orden es evidente en toda la cotidianidad alemana, tanto en grandes ciudades como en pequeñas. En aquellas, por lo general distinguiblemente limpias, nadie cruza las avenidas sino es por las esquinas, y eso cuando el semáforo peatonal lo autoriza. Nada de tomarse la libertad de cruzar porque no se ve un auto a la vista si el monito del disco orientado al peatón está en rojo. Hace mucho que la puntualidad alemana perdió la campaña del marketing ante la supuesta puntualidad inglesa, pero ésta palidece ante la precisión y rigurosidad con que los alemanes se toman los dictados del tiempo. Esa puntualidad se aplica a todo, tanto a los horarios de llegada o salida del tren como a los de servir alimentos o bajar la cortina en los restaurantes, o atender los compromisos.
A escala municipal, 294 de los 404 distritos en los que está dividida Alemania son considerados rurales. Ello lo explica el hecho de que si bien la población alcanza los 83 millones, solo hay una ciudad por encima de los dos millones de habitantes (Berlín con 3.5 millones) y tres ciudades por encima del millón (Hamburgo, Munich y Colonia). Nosotros, en cambio, contamos cuando menos con 15 ciudades por encima del millón. Pero lo relevante aquí es la existencia de algo así como “la oficina del orden” en la gran mayoría de ciudades alemanas. Tiene la función de verificar que los ciudadanos cumplan con todas las normas a las que están obligados, sea en términos de urbanidad, del cuidado y limpieza de jardines y banquetas, o de cualquier otro. En otras palabras, es como un “macroinspector” del cumplimiento general de obligaciones para que impere el orden. Y el progreso.
Alguna explicación habrá por la cual un lugar que se le conoce como “la tierra de los poetas y los filósofos” tenga tanta obsesión por el orden, cuando que a poetas y filósofos con frecuencia se les ve como individuos ajenos a él. Será el ADN, o el equilibrio de los opuestos.