Alo largo del declive de Roma, en cada situación convulsa aparecía siempre un salvador que "daba la impresión de poder arreglarlo todo", dice Marguerite Yourcenar en su ensayo sobre la Historia Augusta. Pudiera ser que el inicio de cada nuevo "líder inigualable" al frente del gobierno generara la apariencia de una recuperación, solo para que al poco tiempo la caída continuara ante lo complejo e inescrutable de cualquier proceso de decadencia social.
Los salvadores sociales son una constante cuando las sociedades sienten estar cerca del colapso. No otra cosa es lo que mejor explica la aparición y enorme tolerancia, cuando menos inicialmente, para con los Hitler y los Mussolini, los Stalin y los Mao, los Trujillo y los Chávez y cientos otros que se han sentido indispensables: sociedades que optan por quien les convenza de soluciones inmediatas a problemas añejos. Solo hay que dejarse llevar "en unidad", sin cuestionar las decisiones que se toman solo y siempre en favor del pueblo.
A veces, líderes sin genética autoritaria deciden apostar el futuro de sus países para zanjar cuestiones personales o para cambiarles los rasgos que la historia les viene dibujando. Así, los británicos le han vuelto la espalda a Europa y en mayo Francia constatará su verdadera identidad ante las urnas, lo mismo que harán poco después los alemanes. No importa que Europa esté bajo el acecho ruso, encandilados éstos con su propio salvador, el que ni siquiera da visos de envejecimiento alguno.
Nada compara, claro está, con el mayor salvador de éstos nuestros tiempos modernos. Pese a toda sensatez y todo pronóstico, éste ocupa hoy su cargo porque nunca aprendemos de la historia. Tampoco vemos que ésta siempre presenta sus opciones para evitar nuestros errores, opciones que, así resulten tenues o no nos agraden del todo, rara vez tomamos, pues creemos no poder estar peor de lo que estamos.
"El muro de Aureliano es (lo) que más trágicamente (indicó) la enfermedad mortal de Roma", escribe Yourcenar. Imposible definir de qué muere una civilización. Vaya, ni siquiera el porqué de cambios en los paradigmas políticos". El muro de Trump, esa inmensa lápida como metáfora que ya cargamos en la espalda, no puede ser visto sino a la luz de una pérdida de confianza del vecino en sí mismo.... "diversión preparada desde el poder... atmósfera de inercia y de pánico... reafirmación pomposa de un gran pasado en medio del presente desorden... reformas que son sólo paliativos y arrebatos de virtud que únicamente se manifiestan mediante purgas, con ese afán de sensacionalismo que acaba por hacer que triunfe la peor política...". Escrita con relación a la caída de Roma, la advertencia de Yourcenar está ahí como si hubiera sido escrita ayer y no en 1958. Podemos espantarnos o actuar en consecuencia.