Seguro que la primera cosa que hace al despertar es “conectarse” al mundo a través de su celular. Antes siquiera de entablar una relación con la gente que le rodea, con un sano y normalísimo buen día prefiere el abordaje a estas preguntas: ¿Cómo amanecieron sus redes? ¿Facebook al alza o a la baja en likes? ¿Qué tantas cosas se compartieron en sus más de 30 grupos de WhatsApp? ¿De qué se perdió durante sus horas de sueño? ¿Y si no respondió a algún mensaje importantísimo y ahora es el apestado oficial de su trabajo?
Esta obsesión por conocer qué estaba pasando en el mundo virtual es lo que mueve las vidas (aunque parezca exagerado) de millones y ha invadido todos los planos de nuestra existencia. En mi ejercicio de madre orgullosa intenté mostrar las habilidades musicales de mi hijo a un conocido. Abrí la consabida aplicación en mi celular, Instagram, me metí a la cuenta de mi heredero para activar el video de su presentación en un bar y casi caí en shock cuando comprobé que todo el contenido había desaparecido. ¿Me bloqueó? ¿Tiene serios problemas y decidió anular toda comunicación con el mundo? Mi amigo calmó mi inquietud de madre cibernética asustada. “Calma, ni se te ocurra preguntarle y mucho menos reclamarle a tu chavo que te bloqueó”.
La respuesta vino de mi propio hijo tras la casual pregunta: ¿Mmmmhhh, tu cuenta de Instagram desapareció? Pues no, su cuenta solo estaba durmiendo el sueño de los justos, porque mi vástago tomó una sana decisión: despegarse de las redes sociales por unos días para desintoxicarse y vivir realmente donde se debe: en el mundo. Afuera de la pantalla de su celular.
Tal decisión me dejó cavilando sobre mis propios hábitos ¿Cuánto tiempo vivo conectada a ese mundo virtual? ¿Cuántas horas dedico a revisar contenidos? ¿Cuántos minutos de mi vida se reflejan en las redes sociales? ¿Y qué pasaría si un buen día decido apagar toda conexión virtual? ¿Cuánta ansiedad me generaría? Y la pregunta del millón: ¿Hace cuánto que no dedico tiempo de calidad a una charla sin estar espiando la pantalla del celular?
Un artículo del periódico El Mundo da cuenta de una especie en extinción, “los desconectados”, personas que han decidido vivir fuera de las pantallas del celular, de las computadoras y de las tabletas para entablar una relación cercana con lo real. Huyeron de Facebook y de Twitter, le pusieron un freno a internet. Irene Hernández Velasco, la autora, desmenuza la conversación que sostuvo con David Macián, cineasta español, y el dato más precioso que le aporta es el modelo de su celular, un Nokia viejito, abollado, sin conexión a internet y que solo sirve para hablar, además de enviar SMS.
El planteamiento de Macián es simple. Nos han vendido la idea de que estamos más conectados a través de las redes sociales, pero nos aíslan, nos hacen cada vez más individualistas. Y refiere que su desesperación es enorme cuando ve a la gente en lugares públicos conectados a sus celulares y sin hablar. Sin verse a los ojos. Sin estar presentes. La decisión de Macián, que sepamos, no lo ha llevado a la locura, antes lo ha vuelto más productivo y creativo.
De inmediato me hizo recordar las veces en que sí, nuestros aparatitos y sus infernales apps nos causaron problemas, como en aquella comida entre amigos para celebrar otro aniversario de la graduación de la preparatoria. En un momento, todos revisaban su celular y alguien lanzó con sorna: ¿y si abrimos un grupo de chat en Whats y hablamos? Por desgracia, esa escena se repite en todas partes. Vamos, hasta en lugares dónde la cortesía impone apagar el celular y dejarlo en el bolsillo, el cine, por ejemplo. ¿De verdad, no podemos sumergirnos en la trama de una película sin estar revisando Instagram o Face? ¿Nos va la vida en ello?
La gran interrogante es si estamos dispuestos a dejar la tiranía del like y la obsesión por estar “conectados” o preferimos conectar con lo que hemos descuidado, algo tan simple como disfrutar de una buena película en el cine, el poder de la creación o una charla con café viendo a los ojos del interlocutor, no a la pantalla y a la frialdad de un avatar.
* Directora editorial de MILENIO La Opinión Laguna.
Twitter: @marmor68