El que hoy en la actualidad muchos elijan moverse en un vehículo motorizado no es una casualidad, sino más bien una causalidad que responde al diseño y planificación de las ciudades. Son las calles y los espacios públicos quienes juegan un papel fundamental en esas decisiones y eso ocurre porque hemos permitido que se construyan centrados en el automóvil particular, priorizándolo en su diseño y dejando de lado a los usuarios mayormente vulnerados.
Un claro ejemplo de esto último que se me viene a la cabeza son los puentes conocidos como “peatonales”, a raíz de un acontecimiento ocurrido en la Vía de Cunduacán a Villahermosa, en Tabasco, donde el día de ayer, un tráiler derribó uno de ellos al intentar pasar por debajo de él, ocasionando graves daños en la vialidad.
Los puentes (ANTI) peatonales ejemplifican muy bien lo que la mala planificación provoca en nuestras calles. En el caso del acontecimiento que les menciono, vemos cómo este tipo de infraestructura no cuenta con las condiciones para que todos los usuarios se puedan mover de forma cómoda, segura, pero sobre todo, accesible y justa.
Aunque en el caso mencionado se trata de un vehículo de carga cuyas dimensiones no estaban contempladas en la altura del puente provocando así el hecho de tránsito, es muy común que este tipo de infraestructura urbana genere condiciones de inseguridad donde sea que se ubique, ya que no está pensado ni diseñado para generar seguridad vial, como nos lo han venido diciendo estos últimos años.
Tal vez muchos me tachen de loca por esta última aseveración, pero a las pruebas me remito, ya que tampoco es casualidad que las y los peatones no quieran utilizarlos y prefieran cruzar la calle por debajo de ellos. Lamentablemente, muchos al testificar esa conducta casi siempre terminan juzgando injustamente a los peatones, en lugar de preguntarse los porqué de esa elección.
Parte de esos porqué se deben a que los puentes (ANTI) peatonales son deficientes, pues en lugar de incentivar la seguridad vial y el respeto entre los usuarios de la vía pública, promueven que los vehículos no se tengan que detener a ceder el paso. Si realmente se tratara de infraestructura peatonal, ni siquiera estaríamos hablando de mandar a la gente a recorrer el triple de una distancia que fácilmente puede transitar a nivel de calle, o sería accesible para todos, pero esto tampoco es así.
Incluso los puentes que cuentan con rampas para personas con discapacidad, son considerados como tal, puesto que dichas rampas casi nunca cuentan con el ángulo adecuado para que sean cómodas y accesibles para este tipo de usuarios, además que incrementa exponencialmente la distancia por recorrer, lo cual los vuelve más incómodos.
Pero, además de incómodos e inaccesibles, son inseguros e injustos puesto que, al promover que los automóviles no se detengan para ceder el paso, se incentivan las altas velocidades, provocando en muchas ocasiones hechos de tránsito que pudieron evitarse si, en lugar de un puente (anti) peatonal, hubiera un cruce a nivel de calle, accesible y seguro para las personas.
Este tipo de infraestructura no debería existir en nuestras ciudades, pues produce más externalidades negativas que las soluciones que aparenta dar a la movilidad. Por eso es urgente visibilizar el error de permitir que se sigan construyendo más puentes de este tipo y, sobre todo, de que sigamos creyendo que son peatonales cuando las consecuencias que provocan nos demuestran lo contrario.