Justo ayer que vi la película Las nadadoras, se descubre que 25 personas que estaban desaparecidas en San Luis Potosí fueron localizadas, y que eran migrantes de Centro y Sudamérica que habían sido secuestrados por criminales con el interés de extorsionarlos.
Haber visto la película (bastante recomendable, aunque de más de dos horas) conectó de inmediato con lo ocurrido en San Luis Potosí, y en Ciudad Juárez hace un par de semanas, y de todoas esas historias que vemos, y luego olvidamos sobre quienes salen de su país en busca de una oportunidad en otras latitudes.
Y es que la cinta Las Nadadoras narra la historia real de dos hermanas sirias que huyeron de su país para buscar refugio en Alemania, y todas las calamidades que sufrieron para alcanzar su destino. La película narra viajes arriesgados, largas caminatas, persecución de policías y, lo más terrible, el alto costo monetario que implica viajar a manos de polleros, como se les conoce en México.
Entre la película, y lo que vemos en las noticias, queda claro que migrar no es un capricho no una aventura. Es el esfuerzo enorme de familias enteras que buscan con determinación cambiar su vida, y que por ello no dudan en arriesgar su vida. Migrantes vemos en México lo mismo en las grandes ciudades, como en zonas rurales o poblaciones medianas. Y a fuerza de verlos terminamos por ignorarlos o, en muchos casos (y me incluyo) considerlos como una verdadera molestia cuando deambulas por calles, o te piden dinero en los semáforos.
La tragedia de las migraciones es tan grande, que no dimensionamos su profundidad. Después de lo ocurrido en Ciudad Juárez, el gobierno federal de la manos del padre Alejandro Solalinde buscan hacer un cambio en materia migratoria en el país. No se sabe nada de lo propuesto, pero si se hacen mejoras, aunque sean pocas, bienvenidas.
Baste decir que ojalá todos, en serio todos, podamos cambiar nuestro sentir hacia los migrantes. Duele, pero tendría que ser necesario para evitar tanto sufrimiento.