Es cierto que nuestras grandes ciudades concentran los mejores servicios médicos, pero la insuficiencia de medios curativos es dramática. Da escalofríos la batalla diaria de tantas personas en México, Monterrey o Guadalajara por conseguir hospital, personal, oxígeno o respirador.
La parte preventiva es peor. Las autoridades se han vuelto impotentes ante el virus. Fracasan cada día para proponer una salida viable a sus habitantes. Hacen cuentas, recomiendan, regañan, culpan, ruegan: nada logran. Porque es inviable no subirse al transporte público dos horas si hay que ir a trabajar al otro lado de la ciudad. Si el camión va lleno (en el sentido mexicano del término: ahí donde no cabe un alfiler) o si es imposible hacer fila con sana distancia porque se acaba la cuadra y la siguiente, no importa, hay que llegar. Después de una travesía semejante, quién va a seguirse cuidando el resto del día cuando cualquier distancia es sana comparada con la camionera comunión de las almas.
El regio doctor De la O, secretario de Salud de su estado, raya en el ridículo cerrando centros comerciales y culpando a los valientes que al llegar por fin a su casa se organizan una carnita asada y una cheve en la banqueta o el zaguán. En años, su gobierno no ha podido (no ha querido) meterle mano a un sistema de transporte público basado en la gran premisa: si va lleno, es negocio. No ha buscado soluciones temporales que alcancen a aliviar el contacto contagioso de covid; ya no se diga alternativas duraderas de planeación urbana donde se disminuya en alguna proporción la necesidad de cruzar la ciudad a diario, al menos para algunos miembros de la familia, y sea viable tomar la bicicleta para ir a la tienda, a la escuela o a ciertos trabajos. No, eso parece que no importa.
Esta semana la noticia fue que Monterrey y sus municipios son ya mayores que Guadalajara y los suyos. Caballo que alcanza gana: hace ya años que el índice de crecimiento de la industriosa Sultana es mayor. Por lo pronto, cada una de estas ciudades se acerca a la cuarta parte de la zona metropolitana de México y, guardadas las obvias proporciones, ofrece los similares riesgos y ventajas para pasar ahí la vida. Y lo mismo se puede decir de las otras siete grandes ciudades del país. Juntas, las diez mayores albergan a 37 por ciento de la población del país: casi cuatro de cada diez mexicanos viven en alguna de ellas.
No somos ninguna excepción mundial ni se trata de quejarse ante lo que ya es una vieja dinámica. Según el censo 2020, la Zona Metropolitana del Valle de México tiene 21.8 millones de habitantes; Monterrey 5.3 millones, Guadalajara 5.2 y Puebla 3.1. Toluca, Tijuana y León andan por los dos millones y Querétaro, Ciudad Juárez y la Laguna rondan el millón y medio.
La pregunta es qué hacemos con nuestras ciudades en marcha, diría Toynbee, para mejorar la vida en ellas. Ojalá la pandemia nos haga abrir los ojos hacia soluciones que no serán ya para este momento: seguridad, infraestructura, vivienda, trazo urbano, contaminaciones de todo tipo, usos de suelo, transporte, parques... Tenemos mucho que aprender (y mucho por recordar). No hay hilos negros por descubrir. Falta querer volverlo un tema cotidiano.