Lo que ya sabemos del nuevo año es que habrá muchos muertos. Lo sabemos, pero no parece que tengamos voluntad de tomarlo en serio.
Las vacunas, para efectos prácticos, no han llegado. Mil 980 dosis para Nuevo León son nada, ni siquiera pensando exclusivamente en quienes trabajan en la salud. Y si dentro de tres semanas llega otra entrega igual, seguirá siendo nada.
Así que para calcular el número de muertos que habrá en los primeros meses de 2021 solo hay que seguir las tendencias finales del año viejo, hasta que veamos que empieza una vacunación masiva.
Solo entonces podremos esperar un descenso en los contagios. Quise decir un descenso paulatino de contagios. Y de casos graves. Y de muertes.
No es que sea pesimista. De hecho, me considero optimista, pero no creo en milagros. El pensamiento mágico no es más que la expresión de un conjunto de buenos deseos que todos quisiéramos que fueran verdad.
Pero ya sabemos que no es así: la realidad se impone una y otra vez. Y existe el conocimiento suficiente para saber que ningún poder especial vendrá desde fuera, desde la religión, desde el cosmos o desde el cine, para acabar con el virus.
La tendencia de las últimas semanas seguirá, a menos que hagamos caso a la ciencia (que es casi siempre imperfecta) y a la autoridad (que siempre es imperfecta). No es tan difícil escucharlas: tal vez no podemos dejar de hacer las cosas esenciales, pero las deberíamos hacer con todo cuidado. Y las cosas no esenciales podemos postergarlas. Aunque ya estemos cansados e incluso desesperados, por lo pronto es la única forma de reducir la ya trágica pandemia. Si nos sacamos de la manga razones fantasiosas para no cuidarnos, para no reducir los contactos, para festejar con todo, la tendencia de los últimos meses seguirá.
La única forma de decirnos feliz Año Nuevo es que nos lo deseemos a nosotros mismos. Y sobre todo que pongamos los medios para lograr que así sea.