Falta todo lo que está bajo las frías aguas. Lo que el Inegi muestra sobre la deserción escolar en el país es lo visible de un iceberg: más de cinco millones de estudiantes, de todas edades, no se inscribieron al presente ciclo escolar por la pandemia o por razones económicas.
Esta semana se publicó la encuesta ECOVID-ED (Encuesta para la medición del impacto covid-19 en la educación), realizada vía telefónica por el propio Inegi entre el 23 de noviembre y el 18 de diciembre de año pasado. Es viejo como retrato porque todo indica que el sistema educativo continuará igual, dormido, al menos hasta el final del ciclo escolar, y en la fotografía no aparece aún el número de personas que han abandonado sus estudios después de decidir inscribirse. Y las que lo harán de aquí a junio.
La escuela primaria es la que, según la encuesta, menos sufrió en la inscripción al ciclo 2020-2021: comparado con el año anterior, bajó casi un punto porcentual. Secundaria y bachillerato descendieron más: la población inscrita de 13 a 15 años pasó de 95.9 por ciento en 2019-2020, a 89 por ciento en el presente ciclo; la de 16 a 18 años, de 75.5 a 63.1 por ciento.
Los jóvenes de entre 19 y 24 años, edad universitaria, llegaban el año escolar pasado a 38.4 por ciento del total de la población de esa edad. En este ciclo bajaron hasta 31.6 por ciento.
Todo indica que el sistema educativo continuará dormido, al menos este ciclo
Lo más grave es que los datos de las inscripciones con seguridad los ha sabido la SEP desde septiembre. Y pudo a partir de entonces imaginar lo que sin duda sucedería después. Pero no hizo nada para detectar a tiempo los estudiantes desertores que, se sabe en todo el mundo, entre más tiempo pasa es más difícil que regresen. Sobre todo en educación básica. Estamos ante una generación en problemas.
La semana pasada hablé aquí de la alarma encendida por la organización Save the Children a la autoridad educativa mexicana: más de tres millones de adolescentes y más pequeños no volverán después del año de cierre. Y serán más si se siguen tardando.
Unicef, si la prefieren, trazaba el mismo rumbo en un comunicado a principios de mes. Señalaba que “cada día de cierre de escuelas durante una crisis acrecienta el riesgo de abandono escolar, algo que empeora cuando hay reducción de ingresos familiares”. Y añadía: “En el caso de México, en julio de 2020, 71 por ciento de los hogares con niñas, niños y adolescentes sufrieron una reducción de ingresos”. Esto “ha aumentado el riesgo de que niñas, niños y adolescentes sean puestos a trabajar para apoyar la economía familiar”.
Sí. Las razones del abandono, según Inegi, son: “Alguno de sus padres o tutores se quedó sin empleo”, “Carece de computadora... o de conexión a internet”, “El padre o la madre no pueden estar al pendiente...”, o “Considera que las clases a distancia no son funcionales para el aprendizaje”.
Por cierto, en la encuesta queda claro que el apoyo a los estudiantes de primaria y secundaria proviene entre seis y diez veces más de las mamás que de los papás. Ya no se diga en preescolar. Y en cualquier caso, la ayuda de mujeres, familiares o no, ha sido significativamente mayor que la de hombres. Tal vez me dirán que no es sorpresa. Pero que quede claro a la hora de las medallas.
Luis Petersen Farah