El columnista René Delgado cierra su editorial del sábado 22 de mayo 2021 así:
“Una democracia sin demócratas, intervenida y desamparada, vacía, es el regalo de la clase política a la ciudadanía, a la cual exhorta a ejercer su derecho al voto inútil”.
Frase dura, por cierta.
La transición democrática con Vicente Fox en 2000 quedó trunca. Empero, cimentó la democracia ligada a una alternancia electoral; modificó la estructura del Estado para generar contrapesos al poder presidencial a partir de los órganos públicos autónomos y, finalmente, abrió resquicios de participación ciudadana desde la sociedad civil para incidir en el diseño, implementación y evaluación de políticas públicas -a nivel federal- en los ámbitos de transparencia, rendición de cuentas y seguridad pública, entre otros.
¿Qué quedó a deber dicha transición? Radicalizar la ciudadanización de la vida pública del país para fortalecer una democracia -no solo electoral, sino también política.
Y con ello, profundizar la democracia a partir de una defensa irrestricta de los Derechos Humanos, la transparencia y la rendición de cuentas para refundar un golpeado Estado de Derecho.
Esa fue la mayor expectativa del triunfo foxista que no cristalizó.
¿Qué ocurrió en cambio? Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda con justeza lo definen así:
“México (pasó) del autoritarismo irresponsable a la democracia improductiva, de la hegemonía de un partido a la fragmentación partidaria…” y del simulacro de la participación ciudadana en política electoral a su rechazo burocrático.
Hoy, desde ese vacío democrático e improductivo -por el desprestigio y falta de incentivos para votar por esa clase política-; saltan a la palestra Morena, PRI, PAN, PRD, MC, PVEM, RSP, PES y FPM -sin escrúpulos pero sonrientes- para solicitar nuestro voto.
La ironía histórica es clara: más allá de la calidad ética o compromiso democrático de esa clase política, toca votar el 6 de junio para demostrarle que el futuro democrático del país no pasa por ella.
Sino por nosotros, los ciudadanos de a pie.