Caminábamos entre consignas –“Nuestro Voto es Libre”. “Defendamos nuestra Democracia. Hoy”- mientras, los manifestantes se reconocían como parte de una misma comunidad y los abrazos y los saludos entre ellos se multiplicaban para refrendar esa identidad.
En un momento, yo aproveché para saludar a un majestuoso perro Gran Danés llamado Pecas, que literalmente jalaba rumbo a la Plaza Mayor -con un amplio sentido democrático- a mi entrañable Yamil Darwich, a quien abracé.
Llegamos a la Plaza Mayor a las 10:26. En ese momento, habíamos rebasado los cinco mil asistentes.
Los oradores empezaron a resucitar nuestra mejor versión ciudadana en defensa de la democracia.
Despertaba ya un sentimiento de unión y solidaridad con los manifestantes de las 119 ciudades en México, a lo largo de nuestro país como, en palabras de Whitman, para edificar, por este instante, “ciudades inseparables que se echarán los brazos, mutuamente alrededor del cuello, gracias al amor de los camaradas…”
Mientras ese sentimiento colectivo se afirmaba y florecía, los oradores nos recordaban: Qué el voto no es libre -sí el gobierno mete las manos en las elecciones.
O sí desvía el dinero de los ciudadanos para ayudar a sus candidatos.
O sí el gobierno quiere desaparecer al INE, controlar al TRIFE y someter a la Suprema Corte. O sí el gobierno amenaza a los medios y censura a los periodistas.
O sí el gobierno miente al decir que sí gana la oposición desparecen los programas y las becas.
O sí el gobierno busca confundirnos con propaganda para no ver la realidad del país. O sí el gobierno amenaza o corrompe a los empresarios para ponerlos de su lado.
O sí el gobierno promueve encuestas falsas para que creamos que “este arroz ya se coció” y que la elección ya está decidida.
Por ello, “los mexicanos exigimos que el presidente no se meta en las elecciones y deje que el pueblo decida de manera libre”.
Por ello, habremos de defender la democracia y el voto libre, hasta nuestro último aliento: ¡Carajo!