Otro de los personajes de los cómics de Marvel fue llevado al cine y en esta ocasión ocurrió algo grato en cuanto a lo visual, sin dejar de lado la actuación de su protagonista.
Doctor Strange, dirigida por Scott Derrickson, se suma con buena aceptación a ese universo cinematográfico y algo que destaca del resto de las cintas que hemos visto de la franquicia tiene que ver con sus efectos que nos hacen sentir como si tuviéramos un viaje místico, el cual por muchos sería equiparable al consumo de ciertas drogas.
El filme cuenta la historia del Doctor Stephen Strange, un cirujano arrogante que tras las un accidente automovilístico queda imposibilitado de hacer su trabajo y aunque busca todos los medios científicos por curarse no lo logra.
Su desesperación lo lleva recurrir a las artes místicas y más que encontrar una cura queda inmerso en un entorno en que tiene que tomar la decisión de dejar su antigua vida y sumarse al combate de las fuerzas oscuras y ocultas que amenazan al mundo.
La personalidad que Benedict Cumberbatch le inyecta al personaje principal un gancho adicional a la cinta e incluso le quita algo de la seriedad a la que normalmente rodeaba al hechicero en sus apariciones en los cómics o en las series de televisión de los noventa.
Sin embargo no alcanza a dejarnos satisfechos a varios, pues entre la preparación y maduración de Strange para convertirse en el hechicero más hábil parece algo forzado y otros personajes no cuentan con el peso necesario.
En el caso concreto está el hechicero Kaecilius, quien es interpretado por el actor Mads Mikkelsen, quien no genera un atractivo especial en cuanto a su personalidad como principal villano.
Mikkelsen tiene talento y lo hemos visto en cintas como La caza (2012), pero en esta ocasión el guión le quedó corto. La cinta cuenta con buenos actores y efectos visuales excepcionales, pero su falla recae en el guión que no alcanza a mostrarnos los argumentos necesarios para ver con buenos ojos el desenlace del filme.
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