Así como el feminismo se vive de distintas maneras, la manifestación del 8M puede ser interpretada de distintas maneras y esta vez quiero destacarlo como el punto de encuentro que representa para el movimiento, incluso diría que es el momento que convergencia más grande que tenemos desde el feminismo de calle.
Cada año miles de mujeres salen a la calle para sumarse a la movilización del Día Internacional de la Mujer, muchas lo hacen por primera vez; por ello incluso cada marcha se organiza un contingente especial para que quienes viven esa experiencia por primera vez lo hagan en un entorno de protección.
Durante la marcha, al canto de consignas, muchas se identifican en las historias de otras mujeres y esto permite la conexión de saber que no están solas, que las vivencias compartidas son resultado de las condiciones estructurales a las que nos enfrentamos por el hecho de ser mujeres.
En la multitud, las mujeres tenemos la oportunidad de tejer comunidad generar espacios de escucha, coincidencia y acompañamiento. Además de ser el espacio de encuentro y construcción de comunidades, la marcha se convierte entonces en una plataforma de visibilización que coloca la mirada en las demandas urgentes de las mujeres. Lo más prioritario es puesto sobre los posicionamientos que tienen lectura antes, durante o después de la marcha y suelen señalar desde el acceso a la justicia hasta la erradicación de la violencia de género y contra las mujeres.
No se trata sólo de una manifestación de resistencia feminista, sino también una oportunidad de acercarse a las colectivas y organizaciones de sociedad civil que trabajan con una agenda por el feminismo, conocer su labor y descubrir el trabajo que se sostiene a lo largo del año.
Por todas estas razones -y más- el 8M no sólo se trata de caminar juntas, es una jornada de memoria, resistencia y movimiento que abre las puertas al feminismo a las mujeres que deseen dar ese paso.