Comía con mi amiga C, nicaragüense también, cuando nuestros teléfonos no pararon de sonar ni vibrar. Revisamos el porqué de tanto lío: corría la noticia de que se iban a liberar a presos políticos y que ya iban en un avión del gobierno estadunidense rumbo al aeropuerto de Dulles, en Washington, DC. C y yo no pudimos contener el gozo y en medio de comidas de trabajo y personas ajenas a la taquicardia de nuestros corazones, nos abrazamos, gritamos y lloramos de alegría, simplemente no podíamos creerlo.
Nos pedimos otra copa de vino —le dijimos a la señorita que nos atendía que, en nuestro país, Nicaragua, estaba pasando algo muy importante y que era motivo de celebración. Empezamos a hacer llamadas y mandar mensajes a los amigos que sabíamos que tenían algún ser querido encarcelado, ya fuera en El Chipote, La Esperanza, La Modelo o El Infiernillo, para preguntarles si la noticia era real: lo era. La dictadura Ortega-Murillo excarcelaba presos. A los encarcelados se les avisó que serían deportados a Estados Unidos ya cuando se encontraban en el avión. Había mucha confusión entre ellos y entre sus familiares; no se sabía bien a bien quiénes volaban en ese avión ni cuántos eran.
El secretario de Estado estadunidense, Antony Blinken, confirmó la liberación de 222 personas como “producto de una diplomacia estadunidense concertada” y continuó en su mensaje que “era un paso constructivo para hacer frente a los abusos de los derechos humanos en Nicaragua”. Entre los nicaragüenses que se encontraban en calidad de presos políticos había empresarios, candidatos, periodistas, estudiantes, representantes de asociaciones civiles y defensores de los derechos humanos. Al pisar suelo norteamericano los nicaragüenses tendrán dos años de permiso de permanencia por razones humanitarias.
Por otro lado, Daniel Ortega, en un mensaje televisado en cadena nacional, dijo que la liberación había sido unilateral —no un producto de negociaciones—, que días atrás se les había ocurrido a él y a su esposa, Rosario Murillo, sacar a los traidores de la patria, ya que Estados Unidos “debía llevarse a sus mercenarios”. Según el dictador, esas personas habían estado detrás de las protestas de la primavera de 2018 con el propósito de derrocarlo y, a partir de ahí, hasta ondear una bandera nicaragüense es causa de encarcelamiento. Se desmantelaron más de tres mil organizaciones no gubernamentales y los policías pueden detenerte en cualquier momento para revisar tus teléfonos y constatar si en tus redes sociales hablas o dices algo contra la pareja presidencial.
Antes de mandar a nuestros compatriotas al destierro, la dictadura pidió una reforma expedita al artículo 21 de la Constitución de Nicaragua para despojar a los presos políticos de nacionalidad. El magistrado Octavio Rothschuh Andino, presidente de la Sala Uno del Tribunal de Apelaciones de Managua, notificó que los presos “fueron declarados traidores a la patria y sancionados por diferentes delitos graves e inhabilitados de forma perpetua para ejercer la función pública en nombre y servicio del Estado de Nicaragua, así como ejercer cargos de elección popular, quedando suspendidos sus derechos ciudadanos de forma perpetua”.
Sin embargo, el artículo 20 de la Constitución Política de Nicaragua apunta que “ningún nacional podrá ser privado de su nacionalidad”, porque, como les digo, lo nicaragüense no se quita porque lo diga un dictador. Debido a que los 222 nicaragüenses quedan apátridas, España ofreció la nacionalidad por vía de urgencia por medio de “carta de naturaleza”.
Conforme transcurran los días nos iremos enterando a detalle de la terrible situación que vivían en las cárceles; algunos estaban en celdas de castigo sin luz natural, otros dormían en el piso a falta de colchones, las raciones de comida eran miserables, no se les permitían libros, periódicos, plumas o lápices y muchos presentan una salud deteriorada. Ver a mis compatriotas desterrados, expulsados de Nicaragua sin papeles oficiales —pero libres— por el hecho de ser oposición, es un gran avance para que el mundo sepa a viva voz de las tropelías y barbaridades de la dictadura Ortega-Murillo. Escuchar las declaraciones de cómo eran tratados en las cárceles y los injustos motivos de su encierro me ha hecho añorar y dolerme más que nunca con el pedazo de tierra y volcanes donde nací.
He vivido el exilio y por partida doble: dos han sido las dictaduras que impiden la libertad en Nicaragua. Quisiera regresar a mirar mis lagos y volcanes, a caminar por las calles de Granada, comerme un gallo pinto, meter los pies en la arena de su Pacífico, escuchar su acento. Hoy me di una dosis de comida, bebida y música nicaragüenses para llorar bonito (como escribe Diego Fonseca) y honrar eso que no se quita: ser nica.
Ligia Urroz*
* Escritora mexicana-nicaragüense.
Autora de la novela Somoza (Planeta).