Hace 250 años nació uno de los hombres más importantes para el desarrollo de las ciencias naturales: Alexander von Humboldt. En Alemania, en Ciudad de México y en otras capitales americanas, se están realizando eventos para recordar a una de las personalidades científicas e históricas más influyentes en los campos de la física, la geología, la geografía, la biología, la antropología y la arqueología. Durante más de cinco años, Humboldt realizó un viaje por las colonias españolas en América.
En 1799, Humboldt entraba al Palacio de Aranjuez para encontrarse con el rey de España, Carlos IV (en cuyo honor Manuel Tolsá realizó la estatua ecuestre que se encuentra ante el Museo Nacional de Arte, “el caballito”), seguramente respiró tranquilo cuando recibió todos los permisos que requería para explorar la América española y la Nueva España. Carlos IV esperaba que Humboldt, quien ya era un reconocido científico, aportara avances en minería que contribuyeran a aumentar la explotación y por consiguiente sus riquezas. Pero, las fuertes críticas de Humboldt a la situación social, sobre todo en México, contribuyeron a poner fin al dominio colonial de la Corona.
Humboldt preparó su viaje junto con su amigo, Aimé Bonpland, un joven médico y botánico, con el dinero proveniente de la herencia familiar. Lo imagino revisando con atención alguno de los casi 50 instrumentos que formaron parte de su equipaje, entre los que se encontraban brújulas, telescopios, termómetros, microscopios, barómetros, etc. Estos equipos pesaban con sus estuches más de 300 kilos, con ellos Humboldt y Bonpland atravesaron mares, ríos, cordilleras y semi desiertos hispanoamericanos, cuidando siempre de no dañarlos.
Una vez en Sudamérica, en algún momento Humboldt estuvo muy preocupado por la salud de Bonpland, quien adquirió malaria en Venezuela, probablemente un mosquito lo picó en el viaje por la selva a lo largo del Río Orinoco.
En Quito, Humboldt tuvo tiempo de “portarse mal”. El naturalista Francisco José de Caldas escribió que el alemán se había hecho amigo de “jóvenes obscenos y disolutos”, que practicaban “amores impuros”. Relató que, supuestamente, antes de la ascensión al volcán Pichincha, Humboldt se amaneció en una juerga con Carlos de Montúfar.
En un barco procedente de Perú Humboldt llegó a la Bahía de Acapulco. Era el 23 de marzo de 1803, cuando él y su acompañante fueron alojados en casa del gobernador del puerto. Seguramente no fue fácil el ascenso con 21 mulas, 13 de ellas cargadas con el equipaje, vía Taxco con rumbo a la Ciudad de México. En su diario dice que viajaban montando por la mañana desde las 5 hasta las 9, y por la tarde de 4 a 7. El gran calor del mediodía se pasaba en una ‘venta’.
Imagino a Humboldt deslumbrado por la ciudad de México, a la que llamó ciudad de los palacios. Acompañado de “una de las mujeres más bellas de América”, María Ignacia Rodríguez, la famosa “Güera Rodríguez” Humboldt asistía a las tertulias en los salones de la capital del virreinato. Los amoríos clandestinos que se le atribuyen son falsos, pues el alemán en ese entonces de 33 años no mostró nunca un interés profundo por el género femenino y nunca se casó.
En Guanajuato Humboldt se hospedó en la casa de Diego Rul, uno de los dueños de la mina de la Valencia, sobre ella escribió “podría servir de adorno en las mejores calles de París y de Nápoles, su arquitectura es sencilla y se distingue por la gran pureza de su estilo”. Humboldt permaneció varios días en Valenciana para realizar mediciones y observaciones en la mina, la que consideró la más profunda y rica del universo.
En su viaje de regreso a Europa, Humboldt vistió al presidente de Estados Unidos, Thomas Jefferson, un aficionado a los estudios geográficos.
Después de su regreso, Humboldt, dedicó gran parte de su vida a organizar y publicar el material que había coleccionado durante su viaje. El resultado fueron más de 35 libros y cerca de 10,000 cartas. Entre los libros que tratan sobre México sobresale su diario.
Una vez en París, un día Humboldt se encontró con Simón Bolívar, la anécdota refiere que el sudamericano le preguntó si América estaba dispuesta para la independencia, a lo que Humboldt respondió: “Sí, pero no conozco a sus independentistas”, lo que habría despertado en Bolívar el interés de convertirse en ello.
En 1827, Humboldt recibió la nacionalidad mexicana como reconocimiento a sus labores, por parte del primer presidente de México, Guadalupe Victoria.