El rebozo es una pieza femenina de forma rectangular que mide entre un metro y medio y tres, tejida con hilos de seda, lana o algodón y flecos trenzados en los extremos.
La doctora en Historia del arte Ana Paulina Gámez Martínez sostiene que su origen se da a partir del “almaizar”, prenda usada por las mujeres musulmanas durante la época de dominio islámico sobre España.
Otras versiones dicen que llegó de Oriente a través del Galeón de Manila; que es una adaptación de las mantillas españolas o que nace a partir del “mamatl”, una pieza prehispánica que era un lienzo rectangular con bordes de un material distinto.
En 1572 el dominico Diego Durán, en su obra Historia de las India, menciona una “prenda mestiza por excelencia, que nació de la necesidad de las mujeres de cubrirse para entrar a los templos. Inspirándose en las tocas que los frailes impusieron a las mujeres indígenas con tal motivo”.
Muchos interpretan que se refiere al rebozo.
Gámez Martínez dice que, al inicio, el rebozo no era una prenda de abrigo sino de recato, ya que era un símbolo de sumisión ante Dios y ante los hombres. Sin embargo, al correr de los años se le encontraron otros usos.
Además de cubrir y abrigar, las madres los utilizan para cobijar o cargar a sus pequeños; sirve como elemento estético y para transportar en la espalda objetos, mercancías, etcétera.
Durante la Revolución, las adelitas lo convirtieron en la prenda femenina de identidad mexicana por excelencia.
En su tesis de maestría El rebozo: estudio historiográfico, origen y uso, Gámez Martínez señala que “El rebozo, tan presente en el paisaje humano de México, después de la Revolución, cuando el país buscaba una nueva identidad, la prenda, ya presente en el imaginario popular e intelectual, se convirtió en un emblema patrio”.
A partir de entonces, el rebozo ha sido objeto de fotografías, pinturas, canciones, poemas, películas, libros e investigaciones dedicadas a su estudio, uso y simbolismo por su valor estético, histórico y cultural.