Ante la crisis que ha provocado el tsunami migratorio en muchos países, incluido en el nuestro, se presenta un dilema para los gobiernos: recibir con brazos abiertos a los miles de indocumentados o endurecer su postura para restringir su acceso. La respuesta parece fácil. Sin duda los migrantes merecen un trato digno. El problema es que las buenas intenciones pueden ser contraproducentes, incluso para la propia causa de los migrantes.
Cerca de 9 mil indocumentados están entrando todos los días por la frontera sur a Estados Unidos, casi el doble que hace seis meses. México ya no solo sirve de paso para migrantes centroamericanos. Por primera vez desde que se tiene registro, están cruzando más sudamericanos. El resultado es que varios lugares del país están desbordados de migrantes. Albergues en la frontera están saturados. La situación parece estar fuera de control. Tan es así que Grupo México tuvo que parar varios de sus trenes por la cantidad de migrantes que los estaban usando para transportarse.
Debo decir que admiro y respeto mucho a los migrantes. Todos queremos un mejor futuro para nuestras familias, pero pocos están dispuestos a arriesgar sus vidas para obtenerlo. La enorme mayoría son gente trabajadora y honesta. La regla es que una vez establecidos contribuyen a la economía de su país de destino. Es evidente que merecen ser tratados humanamente, pero también hay que ser conscientes de que una política demasiado laxa ante la inmigración ilegal corre el peligro de generar consecuencias opuestas a las deseadas.
Conforme aumenta la percepción de que mejoran las condiciones para los indocumentados en los países destino, mayor el flujo de indocumentados. Esto es justo lo que estamos viendo en EU, por ejemplo. El peligro es que la población nativa se vuelva menos tolerante a la inmigración y, en consecuencia, decida elegir líderes con posturas verdaderamente hostiles.
Ya se puede percibir el hartazgo y el cambio de actitud, incluso en lugares tradicionalmente pro-inmigración. La gobernadora de Nueva York, por ejemplo, hizo un llamado público hace unas semanas para que no llegaran más migrantes a su estado, aun cuando apenas hace un par de años declaró que eran bienvenidos. ¿Qué le hizo cambiar de opinión? El disgusto de los neoyorkinos por la presencia de más de 100 mil inmigrantes ilegales que tienen rebasados a los servicios sociales locales.
Parte de la culpa de la creciente inmigración ilegal a EU la tiene Biden. Al asumir la presidencia expresó “vergüenza nacional” por las políticas inmigratorias de su antecesor, en particular la de separar a los menores de edad de sus familias. Recientemente otorgó facultades para trabajar a 400 mil venezolanos indocumentados. Su actitud es sin duda loable, pero manda la señal de que su país está más abierto a la inmigración ilegal, con las consecuencias que estamos viendo.
El dilema migratorio solo se complicará conforme crezcan las olas migratorias durante los próximos años.