Se supone que la OCDE es una organización internacional cuya misión es diseñar mejores políticas para una vida mejor, tales que favorezcan la prosperidad, la igualdad, las oportunidades y el bienestar para todas las personas.
Tiene su origen en la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) creada en 1948 para administrar la ayuda del plan Marshall proporcionada principalmente por Estados Unidos para la reconstrucción de Europa. Estados Unidos y Canadá que son países no europeos se suman a la OECE, pero solo para formar la OCDE, la organización para la cooperación y el desarrollo económico, la cual nació oficialmente el 30 de septiembre de 1961, estableciendo su sede en París.
La OCDE actúa como la catedral del neoliberalismo y también es como un refugio para ex secretarios de Hacienda que hicieron bien su tarea entreguista.
Le llaman el “club de los países ricos”, pero admiten también a algunos subdesarrollados como México, Chile, Colombia y recientemente Costa Rica. México ingresa a la OCDE en 1994,
su secretario general durante 15 años fue precisamente un mexicano, José Ángel Gurría, mejor conocido como “el ángel de la dependencia”, quien desde su puesto en la OCDE se coludió para mantener a México subordinado a los principios del consenso de Washington y del libre comercio, única función real de la OCDE.
Pues el señor Gurría fue sustituido el martes pasado, y tal vez jubilado de su especialidad, por Mathias Cormann nacido en Bélgica, abogado y político nacionalizado australiano, de 50 años de edad. Fue ministro de Hacienda de Australia, neoliberal de hueso colorado, asunto que parece condición sine qua non para ser secretario general de la OCDE.
Mathias Cormann manifestó su compromiso de impulsar la recuperación económica y un crecimiento más limpio, pero fue muy criticado en Australia precisamente porque trató de abolir la energía limpia y renovable e hizo carrera política como senador por designación, nunca hizo campaña.
México paga alrededor de 120 millones de pesos de cuota anual por pertenecer al “club de los ricos”, la pregunta es ¿qué obtenemos de ese millonario pago?, pues no lo vemos, solo somos el pariente pobre y nos reprueban en todo.
Esta organización se convirtió en ajonjolí de todos los moles, desde la gobernanza hasta el acuerdo de París y nos obliga a recibir sus propuestas, algunas incluso contrarias al interés nacional, pero a favor de las medidas neoliberales, como el caso del SAR. Sin duda deberíamos retirarnos de esa organización y usar ese dinero para otra cosa.
Julio C. Vega Olivares