Siempre que he redactado editoriales y columnas en los últimos 28 años he sido crítico con los presidentes de la República y sus gobiernos, digamos que desde los tiempos de Carlos Salinas de Gortari para acá (1991-2019, PRI-PAN-PRI-Morena), cuando empecé a teclear ese tipo de textos. Durante ese tiempo, los muy variopintos personeros de los presidentes nunca han dejado de quejarse de los periodistas críticos: ha habido de todo en los pasillos palaciegos, desde ex comunicadores con ínfulas de intelectuales convertidos en funcionarios, narcisistas que desde Los Pinos se dedicaban a seducir políticamente a periodistas y escritores, hasta especímenes provenientes de las mazmorras más oscuras del régimen priista, cuyos modus operandi para someter críticas eran más burdos: uno, usaban la corrupción para cooptar (repartían dinero en efectivo y en forma de publicidad), o dos, echaban mano de amenazas directas contra quienes los rechazaban.
Durante el panismo (Vicente Fox-Marta Sahagún y Felipe Calderón) los métodos fueron más sutiles, pero no cesaron los intentos para doblegar la crítica. Los rebeldes, claro, eran acusados de “priistas” o “pejistas”.
Con el regreso del PRI en la figura de Enrique Peña Nieto volvió el priismo más intolerante, insolente y corrupto: con arrebatos prepotentes, durante los dos primeros años de su gobierno (2013 y 2014) no cesaron los embates contra la prensa crítica… hasta que les cayó encima la casa blanca, la casa de Malinalco, los Duarte, los Borge, la estafa maestra, y las masacres (Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato). No dejaron de intentar persuadir y de repartir dinero a raudales a portales de internet de dudoso rating, pero ya lo hicieron desde la estulta negación de su fracaso.
La estrategia que mejores resultados les dejó siempre a estos inquisidores fue la de estimular el pecado favorito del demonio: la vanidad. Los personeros más hábiles (incluidos los perredistas) masajeaban el ego de muchos periodistas críticos, hasta hacerlos sentir que ellos eran parte del poder, que el rumbo de México se construía en las comidas, mensajes y llamadas con ellos, que los gobiernos hacían lo que ellos peroraban en las tertulias del poder. A través de inflar egos, domaban críticos.
En el actual gobierno si bien aparentemente ya no hay embutes para pastorear periodistas, ni tampoco se utilizan amenazas para intimidar, sí persiste la misma intolerancia a la crítica y eso se plasma casi cada semana en las mañaneras del Presidente, donde Andrés Manuel López Obrador arremete cuando quiere contra cualquier periodista que lo critica, o que critica actos de su gobierno.
Además, hay personeros que, al más puro estilo prianista-perredista, deslizan sutiles “sugerencias” para aminorar críticas. No amenazan con cárceles, exilios, despojos o violencia como sucedía antaño, pero sí estimulan y consienten la virulencia que se desata en redes sociales para amedrentar, desprestigiar y calumniar a quien identifiquen como “adversario”, sin importar que algunos de esos periodistas hayan sido muy críticos con el priismo, el panismo y el perredismo.
Ha quedado comprobado que, ya instalados en el poder, todos los presidentes y sus personeros son iguales: mini-Goebbels en potencia y en acción…
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