Hace dos fines de semana ya era inminente que se diera a conocer una lista de periodistas que recibieron dinero gubernamental en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Desde entonces la discusión del tema ha sido muy áspera en las redes sociales. Las tertulias familiares y con amigos también han sido intensas, apasionadas. No es para menos y la pregunta es: ¿recibir dinero gubernamental hace corruptos a los periodistas?
En la sobremesa íntima que más me gusta, mi hermana y mejor amiga, Amelia (funcionaria cultural, estratega política, ejecutiva de finanzas, abogada aunque no se tituló en Derecho, excelente Master and Commander en todos los mares), sentenció que los periodistas dejan de ser periodistas… cuando son corruptos. Ella sabe de periodismo: nieta, hija, prima-hermana y hermana de periodistas, tiene gran intuición periodística.
Para mi cuñado y hermano por elección, Daniel Leyva (gran escritor y poeta, estupendo funcionario cultural y diplomático), los periodistas no dejan de ser periodistas cuando se corrompen: solo son periodistas… corruptos. Él también sabe bastante de periodismo: lleva décadas tratando periodistas y es voraz lector y televidente.
Selene Flores, extraordinaria periodista de televisión, concordó con su amiga y cuñada Amelia: periodista que se corrompe… queda excomulgado ipso facto. No tiene derecho a ser llamado periodista.
Yo estuve de acuerdo con Daniel: no somos buró inquisitorial para determinar quién es y quién no es periodista. No es asunto de cédulas. Coincidí con el autor de la novela Administración de Duelo, S.A. (Alfaguara, 2019): el periodista corrupto… sigue siendo periodista, aunque desprestigie y pervierta el periodismo. Repudiado moralmente en el oficio, nadie puede impedir que lo ejerza.
Coincidimos, eso sí: una cosa ha sido la publicidad pagada legalmente a los medios impresos, electrónicos y digitales, y otra cosa ha sido el chayote, el embute despilfarrado en personeros, en periodistas orgánicos (“No pago para que me peguen”, confesó el presidente José López Portillo al retirar publicidad de medios críticos). Esos periodistas, poseedores de súbitas fortunas, siempre fueron cooptados con el fin de ocultar o tergiversar información, o para posicionar prestigios y desprestigios de políticas públicas y personajes, a través de primeras planas, editoriales, columnas, artículos y comentarios, todo impulsado a punta de billetazos que hedían a kilómetros de distancia.
Así han sido las cloacas de un sistema de comunicación social que se negó a morir en el priismo, el panismo, el perredismo, y por lo visto, también en el morenismo. El fin ha sido el mismo: controlar o usar a la prensa, a través de telefonazos o WhatsApp cotidianos.
A partir de ahora, si el gobierno gasta millonarios recursos en un medio, debe explicar la razón que tuvo para hacerlo: ¿tiene ese medio suficientes lectores, radioescuchas, televidentes? ¿O cuál fue el criterio para gastar ahí?
Los periodistas no estamos para ser voceros de ningún poder: de ser así, pasamos a ser funcionarios con credencial de periodistas, tal como los policías corruptos son criminales con placa. Tampoco estamos para ser exégetas de ningún movimiento político o social: pasamos a ser activistas, propagandistas pagados, moral o materialmente.
Goebbels allá arriba, Goebbels acá abajo, deleznable en ambos casos...
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