Entre el alcalde de Torreón, Román Alberto Cepeda González, y el gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez Salinas, la relación está en crisis.
Los dimes y diretes, lo que se lee y se escucha, los chismes y rumores, y lo que se observa es que, cierto, no hay esa conexión que tendría que estar fortalecida porque ambos fueron electos para sus cargos públicos y son resultado de una militancia partidista en el PRI.
Los dos, cada uno al frente de su administración, saben que el futuro de su instituto político no es nada halagüeño y sí pudiera ser aún peor.
Un PRI que solito está cavando su propia tumba.
Un PRI que, para futuras elecciones locales, la ruptura entre Román y Manolo, entre Manolo y Román, significaría ahora sí la caída de su partido y sus administraciones.
Cada vez se habla más de la fractura entre ambos personajes:
Que si RACG quiso ser candidato a la gubernatura pese a que Manolo era -y fue- el favorito de la nomenclatura priísta oficial.
Que si Manolo no le perdona a Román su rebeldía y plan de ser el candidato al Palacio de Gobierno.
Que si Manolo no “jala” con el alcalde y, además, lo ha relegado de algunos eventos.
Que si esto y lo otro.
Que solo es aparente la unidad priísta.
La forma de hacer política de los dos funcionarios -cada uno a la cabeza de las instituciones gubernamentales que ganaron con el apoyo del electorado, haya sido como haya sido-, acabará por arrastrarlos a escenarios impensables hoy.
Lo que es una probabilidad es que estas diferencias perjudicarán a Coahuila y a Torreón, el ambiente es tenso, una fábula política a la que por obvias razones se subirían otros y otras.
¿Será posible que concilien sus intereses en términos reales?
¿A quién o a quiénes les favorece que arreglen sus desavenencias?
Román, en Torreón, enfrenta retos muy importantes: agua, pavimento, limpieza, obras de infraestructura, adicciones irrefrenables entre la niñez y la juventud, colonias olvidadas convertidas ya en cinturones de miseria y sobrevivencia.
Manolo, tras su brusca ruptura con el PAN después de ganar la gubernatura, deberá ser profesional de la política, serio, propositivo, mostrar tamaños y tablas para gobernar a toda la población coahuilteca, región por región.
Porque Coahuila pende de alfileres en sus finanzas, requiere renovar y reimpulsar estrategias sin favoritismos ni exclusiones de ninguna índole.
A Manolo lo medirán, como ejecutivo, a fin de saber si está para algo más importante.
La población no quiere saber más de traiciones, aún y a sabiendas de que la deslealtad es hasta fundacional en la política y sus estrategias para vencer a los adversarios.
La gente de Coahuila, desde sus niños y hasta sus adultos, merecen gobiernos municipales y estatal a la altura de sus necesidades, de las exigencias que la realidad impone.
Unidad y decencia, esfuerzos compartidos, voluntad por salir adelante, acabar con la pésima imagen de corrupción que campea en todos los partidos políticos y en los tres órdenes de gobierno.
Si Manolo y Román son hombres de una sola pieza, inteligentes, incluso si son idealistas, seguramente sabrán llevarse la fiesta en paz.
Una dosis de humildad no viene mal. Coahuila y Torreón podrán recorrer mejores caminos hasta llegar a las metas propuestas.
Deberán mostrar dignidad, y una voluntad despojada de egos que les permita servir a la población, a quienes votaron por ellos y que los ubicó en el Palacio Rosa y en el edificio de la Plaza Mayor.