Por el contexto en que se da, el resurgimiento de las manifestaciones estudiantiles en la ciudad de México pudiera imitarse en otras partes del país donde los atropellos y violencia que padece la juventud universitaria no cesan.
Todo lo que se diga acerca de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ésta sí la Máxima Casa de Estudios en el país, será poco, mucho, exagerado o limitado; pero siempre necesario. La relevancia social que tiene la institución rebasa por mucho lo que se escriba y diga alrededor de lo que ahí sucede. Desde cualquier ángulo, el análisis e información que se exponga no alcanza para abordar la importancia de cuanto vive esa comunidad estudiantil y académica.
Es la UNAM una de las universidades mejor evaluadas de América Latina y del mundo. Y es, muy probablemente, la que también genere conflictos y retos precisamente inimaginables, para bien o para mal. Todo esto corresponde a su grandeza.
Por su naturaleza y conformación, porque es un semillero de científicos y técnicos, filósofos y poetas, escritores y creadores, la UNAM es punto y aparte.
Lo es también en el otro lado: grilla, politiquería, violencia, acosos, porros, fósiles.
Son los claroscuros de su compleja grandiosidad. Como grandiosa el mar de identidad de su alumnado, del profesorado y hasta de su burocracia administrativa con sus siglas, su himno, sus colores, su lema y su emblema. La UNAM es cosa seria.
Quién sabe qué venga para los y las pumas con el próximo gobierno federal. Esperemos que refuerce la pasión, vocación y denuedo de su juventud estudiosa.
Que el academismo los sitúe donde merecen. Que la cultura sea para todos, y que su lucha sea un ejemplo para universidades y universitarios de la república entera; que prevalezcan la dignidad y entereza, que hagan valer su palabra y su silencio, sus marchas y su autonomía, que contagien de emoción y nacionalismo; y sean un muro contra los tristes derroteros de una clase política irremediablemente oportunista. ¡Goya! ¡Goya! ¡Universidad!