La semana anterior traté en este espacio el tema de los errores comunes y corrientes que todos cometemos en el habla cotidiana. Unos más que otros, pero todos caemos en ellos.
Algunos lectores y amigos me sugirieron que hiciera una segunda parte dado que la materia es abundante. Yo diría, inagotable. Además me nutrieron con frases y palabras que vale la pena recoger y compartir.
El otro día, viajando en taxi conversé con el chofer todo el trayecto. La verdad es que era uno de esos días en que las prisas y problemas del diario le alborotan a uno el genio, como si fuéramos lámpara de frotar.
El hombre al volante se percató de mi mal humor y, como queriendo aligerar el momento, dio inicio a un monólogo que acabó por hacerme el día. Entre otras cosas me dijo que las mejores jornadas para su trabajo de taxista son los viernes y sábados porque sale un gentilicio a la calle que no se puede ni caminar. Me dijo que varia gente se sube al taxi sin dinero de aldrede y luego no le quiere pagar. Que una vez un tipo vival le sacó un pistolón para asaltarlo, que fue tal el susto que se quedó plasmado. “Yo solo me encomendaba a la Santa Madre Teresa Betancour, que es la santa de los pobres”, dijo emocionado. “Le pedí que no fuera despiadoso, que no me quitara el dinero porque el taxi era mi modus vivendum. Total, al final el ratero solo me pidió una feria para echarse unos tacos. Ya se que no me cree pero todo es verífico”, me aclaró.
El peluquero del club deportivo al que asisto también es un personaje de charla amena y pintoresca. Un día me dijo que el siguiente fin de semana vería en casa el clásico del futbol mexicano y ya se había preparado para ocasión con un televisor con pantalla panarómica y unas costillitas a la barbiquiur. Me confió que a veces llega tan cansado a su casa que se le cierran los párparos, sube los pies a su tamburete y se queda súpito.
Por alguna singular razón, la letra n se entromete en algunas palabras, como una especie de amortiguador, y les da una sonoridad graciosa. Hay mucha gente que usa pantunflas, cantinfloras, y se van a la inglesia en sus carcanchas.
Un amigo médico me contó que llegó a su consultorio alguien muy asustado porque se había quedado sinfónico, es decir sin voz. Y es que las enfermedades nos dan amplio margen de maniobra para regocijarnos con perlas lingüísticas.
Cierta vez en el mercado dos señoras conversaban sobre sus respectivas enfermedades. “Fíjate que el otro día amanecí por la mañana muy malita. Estaba destornude y destornude, tuece y tuece, yo creo que era influencia. Con tantos virus que hay ahora hay que estar muy a la despectiva”. La interlocutora que no se quería quedar atrás en el recuento de males le replicó: “Pues a mí me duelen los huesos, ha de ser la teoporosis. Pero lo pior fue que el otro día me agarró, así de improvisto y por sospresa, un dolor en la panza que no me podía ni mover, casi me da una paralis. Yo nomás me preguntaba ¿qué sedrá? Andaba tan ansiolítica que agarré y me fui al doctor. Pos anda tú que llego, me hacen analis y me dice el médico que me tiene que operar de la péndiz. Lo bueno es que ya estoy más mejorcita”.
Esto que les cuento enseguida, más que pifias, es más bien un par de deslices, producto de somnolientos delirios infantiles. Mi mamá en cierta ocasión me contó que cuando era niña los rezos antes de dormir eran obligatorios, y en ocasiones era tanto el cansancio que involuntariamente hacía sus propias versiones del conocido “Por la señal de la Santa Cruz… etc”. Una vez inició el sagrado ritual diciendo: “Por la señal de los enemigos…” y en otra se persignó recitando con fervor: “de tin marín de do pingüé, cúcara mácara títere fue”.
Una vez más el espacio es insuficiente para extendernos en la riqueza del glosario de gazapos.
Por si hubiera alguna suspicacia acerca de la veracidad, les aseguro que todas las palabras y expresiones aquí recopiladas han sido escuchadas por mí o por alguno de mis amigos. Es decir que son totalmente veredictas.
@jmportillo