Los aptos y útiles términos son recientes, pero la práctica siempre ha existido. Se le está llamando políticamente correcto a lo que se hace y dice solo para satisfacer las demandas sociales, sobretodo en el contexto de la tolerancia y apertura social. La cultura de cancelación es la consecuencia a la que se está sometiendo a lo que no es políticamente correcto. Cuando algo o alguien no se alinea a las nuevas normas de tolerancia y aceptación, se le cancela, el origen proviene de series de televisión, que cuando sacan algo que no le parece al público, éste le pide al estudio su cancelación.
El uso de estos términos suele venir en protesta al progreso social: la inclusión de la comunidad LGTBQ; la representación ecuánime de todos los segmentos de la sociedad, llámese mujeres en el trabajo, minorías marginadas o personas con capacidades diferentes, las acusaciones de acoso sexual, frecuentemente catalogadas con el #MeToo; en general, cabe todo lo que esperan quienes son considerados figura o producto público.
Hasta ahí, todo va bien. Habrá quienes ya respingaron a alguno de los temas, pero es donde estamos como sociedad hoy en día, ésa es nuestra normatividad ética y hay consecuencias sociales en desacatarla. Siempre ha sido así, hay ciertas expectativas que tiene la sociedad de sus integrantes, particularmente los que buscan llevar una vida pública y si no las cumplen, la sociedad los “cancela”.
El problema es cuando personas que no ven el programa de televisión que les ofende y lo quieren terminar. Cuando una acusación sin mérito le cuesta el empleo y reputación a alguien. Cuando un punto de vista descalifica todo lo demás que conforma a una persona. La corte de la opinión pública siempre ha sido cruel, pero nunca había sido tan poderosa.
Yo quiero terminar con la cultura de cancelación. Primero y, antes que nada, con un tema que hemos visitado múltiples veces en este espacio, aunque la tecnología ha llegado al punto en que puede aparentar que una cita o incluso un video muestran una verdad inequívoca, siempre hay una interpretación de por medio, así que no podemos estar seguros de lo que estamos juzgando. Dependemos de nuestra intuición y sentido común, ambos carentes en el mundo hoy.
Así que, si hay algún motivo por el que un producto o figura pública que en este tiempo ofende mi sentido moral, yo lo puedo dejar de consumir e incluso informar al resto de mis redes sociales mi desagrado y ésa es cancelación suficiente. No es necesario ir detrás de influencias que de todos modos no están en mi vida, tenemos que respetar y confiar en el juicio de los que sí las están consumiendo, es parte de vivir en sociedad. De otra manera vamos a tener que cancelar todo y, si 2020 nos ha enseñado algo, es que cancelar la vida no es nada agradable.
Por ejemplo, yo tengo un problema con las series sobre el narcotráfico, aún con las más fidedignas, siento que glorifican al crimen. Por lo mismo, yo no las veo, no ando escribiendo a Netflix para que cancelen la próxima temporada de Narcos, tampoco les retiro el habla a amigos que las ven, ni trato de convencerlos de lo malas que son, ni comparto en mis redes cada publicación que leo sobre las consecuencias negativas de dichas series. Es mi opinión, la he compartido y dejo que quien sí las ve decida por sí mismo.