Llegó mayo y con él el calorcito, los atardeceres son una tregua, pero las noches en las que el calor de encierra en los aposentos de la clase media, no lo son tanto. Pero no es para sufrir, sólo son unas cuantas semanas. Después vendrán las lluvias y, con ellas, otra tregua.
En el otro mundo no hace calor,ahí las altas temperaturas no son problema; pero no me refiero al más allá, sino al universo paralelo en el que habitan aquellos que tratan de hacer la revolución de las conciencias a golpes de pulgar. Ahí los ánimos se caldean pero por otras razones.Lo que no saben los agoreros del caos es que no nos asustamos con facilidad.
Ahora nos andan queriendo asustar con el petate de la inteligencia artificial, dicen que esa cosa siniestra viene por nosotros, que si no nos andamos con cuidado nos vamos a quedar sin jale, sin casa y, en una de esas, sin planeta, ya que la profecía de Mr. Arthur C. Clarke, Odisea 2001, se cumplirá ante nuestros ojos.
Yo no entiendo bien a bien qué es lo que hace el formidable invento, sólo intuyo algunas cosas. Pero he sabido de augurios similares. Alguna vez trabajé en un periódico, cuando éstos todavía eran de papel. Un día, uno de los gerentes decidió deshacerse de los correctores de estilo, porque supuestamente su trabajo lo hacían mejor las computadoras. Por supuesto el hombre corto de miras como era, se apantalló con el corrector ortográfico del procesador de texto. Sin embargo, con el paso de los días el descerebrado directivo tuvo que dar marcha atrás, porque si bien el software corregía algunas cosas, no era muy agudo a la hora de dilucidar algunas ambigüedades y sutilezas propias de la lengua. Ahora auguran que la famosa y artificial inteligencia armará historias más perronas y entretenidas que las que cualquier ingenio, vivo o muerto, haya hecho jamás. Lo que no saben estos ternuritas es que la inteligencia artificial se encuentra entre nosotros, desde antes incluso que la aparición de las computadoras u ordenadores.
Yo he leído relatos perfectamente bien estructurados y escritos con una prosa cuyo fraseo es pura música, descripciones exactas, personajes sorprendentes, enfrentando situaciones complicadas. Esos fárragos incluso llegan a ser entretenidos, pero al dejarlas, el lector siente como si hubiera comido en uno de esos restaurantes de comida rápida. No creo que la comida preparada por un robot, con iniciativa propia, tenga un sabor distinto al de esos lugares que más que restaurantes son fábricas de comida. ¿Acaso no han comido el pan de esas panaderías en las que los gendarmes, las conchas y las campechanas saben exactamente igual? Si ese es el infierno que nos espera, entonces tendré que confesarme a la brevedad.