Si los gringos quisieran intervenir directamente en nuestro país ya lo hubieran hecho, o se habrían armado un buen pretexto. Un petate del muerto más eficaz a la hora de asustarnos. Hay quienes se asustan ante la posibilidad de que ingresen tropas gringas en Ciudad Juárez, o en Reynosa, e instauren el orden que no han podido instaurar nuestras autoridades. Esos teóricos de la geopolítica ficción, quizá piensan en un orden similar al que instauraron en Afganistán, o en Iraq.
Ese discurso de que todo lo malo viene del sur de la frontera y que sin la droga que supuestamente se envía desde este lado, sus muchachos preferirían formas menos letales de evasión. Aunque, curiosamente, no sabemos quiénes distribuyen toda esa droga y lava el dinero producto de su venta, para reintroducirlo puntualmente en el sistema financiero de aquel país.
El discurso antimexicano es el favorito de cierto tipo de político y va dirigido a cierto tipo de votante, ambos con mucho colesterol y pocas ideas, que suelen ocultar debajo de una gorra de beisbol, muy identificados con la llamada derecha norteamericana. Tienen una idea tan imprecisa de nuestro país, al cual critican continuamente, que cuando les hablan de comida mexicana piensan en nachos y burros.
Ya debiéramos estar acostumbrados, época electoral, época de antimexicanismo exacerbado. Sin embargo, lo que resulta preocupante es que haya quienes desde este lado anhelen que los hijos del Tío Sam vengan a nuestro país a poner orden. No sé si lo hacen nomás por joder, o realmente le agrada la idea. Lástima, se van a quedar con las ganas, pero esas mismas personas que desde acá claman por el intervencionismo, son una perfecta caja de resonancia para los gritos, insultos y denuestos que contra nosotros lanzan los políticos que aludí arriba. Un caso clínico de este tipo de personajes lo constituye aquel periodista que asegura a los cuatro vientos que al declarar culpable al ex secretario de seguridad pública, cuyo nombre me guardaré por esta ocasión, el sistema judicial norteamericano estaba declarándonos culpables a todos los mexicanos. Ora sí que como reza el clásico: “¿y yo por qué?”.
Juan Casas Ávila