Esta segunda mitad de marzo viene recargada, creo que la gente no necesita ir a vandalizar sitios arqueológicos para cargarse de energía. Por todos lados veo gente agarrándose a madrazos por cualquier nonada. Gente común y corriente golpeando a su semejante porque éste le ganó un espacio de estacionamiento. Niñas agarrándose a golpes mientras son grabadas por una masa furibunda. Profesores cantándole el tiro derecho al discípulo y a éste como que no le desagrada la idea de dirimir los desencuentros pedagógicos por la vía de los chingadazos.
Ya no hay respeto, aunque yo no soy de los que se espantan y creo que nunca ha habido tal respeto por la investidura. Simplemente sucede que ahora tenemos cámaras indiscretas que escudriñan en los sitios más recónditos y nos muestran lo que ahí sucede. Antes no teníamos tantos ojos que pudieran mostrarnos esas cosas terribles que suceden en las aulas en las que supuestamente se forma el futuro de nuestra gran nación.
Por cierto, los profesores nunca salen bien librados, porque se supone que ellos son los que están tratando de civilizar a un montón de jóvenes energúmenos con las hormonas a tope y, a veces, con alguna sustancia en su torrente sanguíneo. Cuando sucede un incidente dentro del aula, el profesor siempre será quien pierda. Por decir, si lo madrea un alumno, aparte de la humillación frente a la clase, lo pondrán de patitas en la calle por no utilizar las “estrategias adecuadas” para controlar eficazmente a los vándalos que le fueron asignados como alumnos. En cambio, si el profesor sabe algo de defensa personal y sale bien librado del tiro con el alumno, también lo pondrán de patitas en la calle, por abusivo. Sólo podemos concluir que la de profesor es una de las profesiones más ingratas.
Los gringos que siempre nos adelantan en todo, andan probando en sus escuelas un prototipo de caja plegable de seguridad, como las que hay en algunas vinaterías y joyerías en las grandes ciudades. En estas cajas blindadas el profesor o profesora se podría guarecer con algunos de sus alumnos más destacados, en caso de que uno de sus pupilos se le ocurra llevar una subametralladora al salón de clase y abrir fuego contra sus semejantes; algo que, por cierto, sucede con demasiada frecuencia. Cuando vi la orgullosa sonrisa de la profesora que mostraba el invento extraordinario a las cámaras experimenté una extraña sensación, sentí un poco de escalofrío y a la vez algo de pena por esa colega. Quizá ha llegado el momento de cambiar de profesión.