Habla de una tercera guerra mundial con una facilidad y una ligereza que me asustan. Me espanta más esa ligereza y banalización de algo tan grave, que las posibilidades concretas de una última guerra.
Al final del día creo que el problema es el ruido, hay demasiado ruido en el ambiente y es natural que así sea. Son tantos los canales disponibles y tantas son las vías de comunicación que exigen su combustible cotidiano. “Plataformas”, las llaman ahora.
Como las enfermedades nuevas y las crisis terribles que con ellas vienen ya no nos asustan, es preciso buscar algo que deveras nos espante. Es igual que cuando voy al tianguis, acá en mi querido Tepeji lo llaman “plaza” acertadamente, porque es la plaza el espacio público por excelencia, el lugar en el que todos andamos al mismo nivel y en el que cada cual se las ingenia para ser oído en medio del barullo.
Ahí en la plaza, si alguien comienza a gritar más recio, su voz se escuchará por encima de las otras. Pero el vecino que también quiere ser escuchado levantará a su vez la voz y como una especie de reacción en cadena el ambiente se convierte en una masa informe de ruido.
Así el país, así la plaza pública, ahora interconectada. En ese nuevo espacio, cuyas repercusiones apenas alcanzamos a vislumbrar, es tan difícil llamar la atención de los espectadores en ocasiones es preciso apelar a alguna catástrofe. En los linderos del amarillismo, los medios buscan algún escenario que realmente llame la atención, más allá de los problemas maritales de los afamados influencers, esa gente famosa que transforma su dolor e intimidad en regalías. ¿Qué dolor puede haber, qué sentimiento puede habitar los cuerpos de esos seres convertidos en objetos de consumo?
A veces tengo la impresión de que en esta nueva realidad nadie se aburre, cada cual recibe lo que necesita para apaciguar su morbo o sólo para “pasar el rato”. No vaya a ser la de malas de que un día, de pronto, a algún ocioso que se haya quedado sin conexión se le ocurra encontrar la salida de esta confortable caverna de 100 megas.
Juan Casas Ávila
Twitter: @contraperiplos