Una de las cosas que más me repugna de la derecha, nuestra derecha, es la hipocresía. Esa manera en la que se disfrazan de personas decentes y cariñosas. ¿En verdad alguien cree realmente que el simple hecho de tener hijos y esposa te convierte en ciudadano ejemplar? Si tener familia es algo natural. No hace falta demasiado talento para formar una. Hay algunos que cuentan con recursos y talento suficientes como para tener varias, sin que se conozcan entre sí. Mis respetos para ellos. Yo a duras penas puedo con la mía.
Porque yo también soy hijo de uno y padre de dos; sin embargo, nunca he creído que mis hijos me otorguen aval alguno. Ni creo que el hecho de tenerlos me haga mejor ser humano. Por el contrario. “Nunca confíes en alguien que tenga hijos”, rezaba una pancarta enarbolada por un puñado de jóvenes franceses, allá por 1968.
Siempre he creído que mis hijos son personas distintas a mí y tienen sus propias ideas, a veces opuestas a las mías y eso me agrada.
No tengo que estarlos embadurnando jamás en mis asuntos y procuro no entrometerme en los suyos, son mejores que yo y eso me basta.
Hay sociedades que son especialmente sensibles a ese tipo de mensajes en torno al tradicional núcleo familiar.
Ignoro qué dijo la esposa del señor García Luna, pero estoy seguro que los abogados que defienden al socio y amigo de Felipe Calderón le sugirieron que le ayudaría mucho el hecho de que el jurado, norteamericanos comunes y corrientes, lo percibiera como un esposo ejemplar, como padre responsable, como miembro de una familia armoniosa, como de telenovela.
No sé si “la compren” como dicen los gabachos.
Ojalá piensen en la cantidad de crímenes que se han cometido en nombre de la familia.
Hemos visto tantas películas de mafiosos en las que el capo con una mano acaricia el cabello de su nieto y con la otra ordena que aniquilen a alguno de sus enemigos.
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