Cuando el tema de la discusión son los remilgos de los gabachos del Servicio Secreto, el mismo que se encarga de cuidar la longeva osamenta del mero preciso de los USA, creo que debemos estar sumamente preocupados. Estos amigos de la oposición llevan más de cuatro años peleándose con un aeropuerto; inmundo, según ellos. Han hurgado en los inodoros del AIFA, lo han comparado con una Central Camionera, ellos que nunca viajan en camión y cuando lo hacen es porque andan en campaña y quieren darse un bañito de pueblo. Eso sí que es populismo y no jaladas. Cuatro años lamentándose de aquel otro faraónico puerto aéreo que no se concluyó en Texcoco; anda por ahí un orate que asegura va a resucitarlo en cuanto llegue a la presidencia. “Espérate tantito” solía decir mi señora madre cuando me veía hilvanar mis sueños guajiros frente a sus ojos.
Hace apenas unos días, afirmaban, tajantes, que el Secret Service no iba a permitir que el tren de aterrizaje del Air Force One manchara su plumaje con el fango maloliente del Felipe Ángeles. Para ellos, era una insolencia inaudita el sólo pensar que el señor Biden y su séquito aterrizaran en ese muladar bloqueado, según ellos, por un enorme cerro. Pero los gringos no dijeron fuchi, por la simple y sencilla razón de que ellos, monosilábicos como son, prefieren decir: ew.
¿Es que no tienen asesores? ¿O no les pagan?
Luego, el segundo asunto en importancia fue el tema de la Bestia, la enorme mole enllantada, que parece salida de una película de James Bond y que utiliza el presidente de Estados Unidos para desplazarse por tierra. ¿Quiénes serán los afortunados que se subirán en el armatoste? Se preguntaba más de un improvisado genio. Mucho me temo que ante la falta sustancia, nos entretenemos con migajas. Finalmente si no hay una auténtica agenda nacional que discutir, vamos a entretenernos con las puntadas del futbolista descerebrado, que como buen representante de su gremio piensa con los pies ¿hay de otros? Hagamos un escándalo y rasguemos nuestras vestiduras ante esta normalización de la estupidez que nos sacude día con día. Finalmente, suplico no tomarme en serio, quizá sólo hablo por envidia, como vengo de una época ingrata en la que no existían las fiestas temáticas y, en más de una ocasión, ni siquiera llegábamos a fiesta.
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