Hace años, en cierto equipo existía un veterano dedicado a cuidar, mantener y pulir cada trofeo que habían ganado. Su trabajo consistía en guardar el tiempo y esperar, con mucha paciencia, la llegada de otra copa.
Aquella persona murió antes de poder colocar la siguiente y el club decidió no contratar a nadie. El puesto quedó vacante, pero el tiempo siguió su curso y con él, llegó una buena cantidad de trofeos que convirtieron las vitrinas en un museo administrado por una gestora de personal.
Títulos son amores, ninguno es despreciable, porque las vitrinas de un club son el único lugar donde podemos observar el tamaño y el valor de su historia. Pero el valor de un trofeo se ha vuelto una medida relativa: en equipos como el Bayern, Real Madrid o Juventus, un trofeo de Liga vale poco en relación a lo mucho que podría valer en equipos como el Dortmund, Sevilla o Nápoles.
En el caso de la Premier, donde Liverpool y City están peleando palmo a palmo el título de Liga con una ventaja arrasadora sobre el resto, es muy probable que sus tradicionales aficionados empiecen a preferir ver a sus equipos campeones de Europa, antes que volverlos a ver campeones de Inglaterra.
Ni hablar de la dramática situación del PSG, donde el título nacional vale menos y aburre más cada temporada: lo único que puede garantizar la continuidad de este proyecto multimillonario, es el título continental.
Por debajo de los grandes de Europa existen dos clases de equipos: los que aspiran a ganar una Liga cada cincuenta años, y los que nunca ganarán una Champions. Esa descompensación deportiva tan marcada, que está devaluando los títulos nacionales en los cinco campeonatos con más seguidores en el mundo, amerita que vuelva a plantearse la idea de una Superliga condenada por la UEFA condenada por la UEFA.
Esta noche, cuando analicemos la convocatoria universal del Real Madrid vs. City, la Premier y LaLiga valdrán un poco menos.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo