Sobre el Arsenal pesaba el dudoso honor de jugar en un estadio Art Decó: Highbury, siempre delicado con las formas, contrastaba con los tenebrosos campos que rodeaban al futbol inglés de un ambiente gótico.
La mudanza del viejo Highbury al Emirates Stadium significó otro cambio en la siempre “high-tech” trayectoria del Arsenal: un Club que dominó el tiempo haciendo del modernismo una tradición.
Al revolucionario Arsenal de Herbert Chapman (1925-1934), su ideólogo, debemos la numeración en las camisetas, el semicírculo del área, la luz artificial en los estadios, pintar el balón de blanco para distinguirlo en el campo, el marcador luminoso, el sonido local, la profesionalización de la cantera, la fisioterapia y la táctica en el juego.
Cuando todos los equipos del mundo jugaban al 2-3-5, la regla del fuera de lugar condenó el primitivo balonazo y el Arsenal, que llevaba tiempo entrenando el 3-4-3, volvió a romper las normas dando valor al juego colectivo, al espacio, al toque, las transiciones y los movimientos sin pelota: el Arsenal también inventó el mediocampo.
Sin embargo, la enorme influencia que los Gunners tienen en la evolución del futbol, no es suficiente para evitar ser carne de cañón de la estadística: los tesoreros del resultado les acusan de ser el único clásico europeo que todavía no gana la Copa de Campeones, ni en éste, ni en su anterior formato.
Ayer el Arsenal, un equipo que a lo largo de los años ha sido capaz de jugar mal, pero incapaz de jugar feo, calificó a los cuartos de final de la Champions League después de 14 años.
En paralelo se mantiene como líder de la Premier League, un título que ganó por última vez hace 20 años. ¿Cómo puede mantenerse vigente un Club que en apariencia no compite? La respuesta siempre está en el mismo sitio, un antiguo escudo que acuñaba la frase: “Victoria Concordia Crescit”, a la victoria se llega a través de la armonía.