El tiempo es un elemento fundamental en el deporte porque entre otras cosas, permite establecer un pasado, en este caso, una historia.
Pero, tiempo es lo que menos tienen en esta época los equipos de futbol: un campeón caduca en poco tiempo, una victoria se olvida en menos tiempo y una trayectoria no tiene tiempo para ser reconocida.
Hay dos factores que juegan en contra del propio futbol: la escasez de tiempo entre partido y partido, cada vez se juegan más torneos; y el tiempo de sobra que tienen millones de usuarios, miles de especialistas y cientos de plataformas para cuestionar el pasado inmediato de un equipo: su última jugada, su último partido, su último torneo.
De esta manera podemos escuchar, leer o publicar durante la misma transmisión, 90 minutos, que un jugador pasa de crack en un área a tronco en la otra, o que un entrenador es un genio en el primer tiempo y un inútil en el segundo. El futbol en general ha perdido el equilibrio porque perdió la noción del tiempo cuando se le exigió jugarlo todo, darlo todo y ganarlo todo aquí y ahora, todo el tiempo.
Es decir: se borra el pasado y, por lo tanto, la rica construcción de una historia con sus altibajos naturales y estados de ánimo tan deportivos como humanos.
Y la crítica en general, hoy compuesta por medios tradicionales superados por la dinámica impulsiva de las redes sociales también perdió algo muy valioso: la paciencia, que es la sabia madre del tiempo; y el razonamiento, que es el reflexivo padre de ese tiempo.
De esta forma tenemos un deporte, el futbol, jugándose a toda marcha y conviviendo todo el tiempo con emociones que pasan del amor al odio, de la admiración al desprecio y del triunfalismo exagerado a la desgracia desmedida en un periodo de tiempo cada vez más estrecho.
Cuando nos preguntemos cuál es el futuro ideal del joven futbol, encontraremos la mejor respuesta en su veterano pasado.