Silencio lejano. Me pregunta un amigo si todos los clubes debían guardar un minuto de silencio por Bobby Charlton: es una pena, en ambos sentidos y sensaciones de la palabra, pero en general hubo poco silencio. La figura de Charlton, trascendental en este deporte, queda muy lejos para algunas generaciones. También es un gran desconocido, por antiguo, lo cual es penoso en la nueva cultura del aficionado que valora más la portada de un videojuego que el sombrero de un caballero. Parece que Charlton murió en Inglaterra nada más; y es triste porque con él murieron cuatro elementos fundadores del futbol: la madera del marco, la piel de las botas y el balón, el fango del campo y el honor del juego. Una pena por las nuevas generaciones de aficionados y futbolistas que no se dieron cuenta el tipo de jugador que se perdieron.
Encarnación nacional. Springboks y All Blacks, dos equipos gigantescos en la historia del deporte, han sido campeones del mundo en tres ocasiones cada uno: dominan el rugby desde hace cuatro décadas y el sábado se enfrentarán por segunda vez en la Final del Mundial. Pero no es su recta trayectoria ni sus redondas estadísticas las que los hacen legendarios: es su educación como representativos nacionales la que vuelven a Sudáfrica y Nueva Zelanda el paradigma de cualquier selección en el mundo. Springboks y All Blacks parecen equipos de rugby, pero en realidad se comportan de otra forma: sus tradiciones, principios y cultura logran encarnarlos como países. Mandela unió a Sudáfrica a partir de los Springboks y Nueva Zelanda encontró al mejor embajador de su pasado y mayor defensor de su origen en los All Blacks. Cuando una selección se comporta como nación, no es equipo, sino símbolo. En las últimas semanas durante el Mundial de Francia 2023, mucha gente presumió no importarle, no gustarle y sobre todo no entenderle al rugby: lo ultimo me queda bastante claro.