La lucha contra el racismo en el deporte, que se persigue y señala de distintas formas, vivió un capítulo que estuvo a punto de volverse bochornoso. En este caso no fue la víctima, sino el presunto agresor, quien merecía justicia.
Durante un partido muy caliente entre el Olympique de Marsella y el PSG, el jugador del OM Álvaro González y la súper estrella del PSG Neymar, se vieron involucrados en una penosa situación que debió ser resuelta con un peritaje mediante las grabaciones de cámaras televisión, expertos en lecturas de labios, testigos del momento y árbitros cercanos al incidente.
Veintidós días después del partido, jueces y declarantes con todas las pruebas del caso en sus manos, determinaron que, en ningún momento, Álvaro González llamó: “mono hijo de puta” a Neymar. La acusación del brasileño a González, al que Ángel Di María lanzó un escupitajo en el mismo encuentro, causó un tremendo revuelo en la prensa francesa y brasileña.
A lo largo de tres semanas el prestigio, la carrera y la familia de González sufrieron un permanente acoso, al grado, en palabras del propio González, de recibir miles de amenazas diarias ante una filtración con mala fe de su número telefónico.
El 13 de septiembre en su cuenta de Twitter, seguida por 49 millones de personas, Neymar acusó a González de racismo y exigió la revisión de las imágenes, en las que se comprueba que no existió agresión alguna.
Hasta ayer, la grave acusación de Neymar seguía publicada en su cuenta. La absolución de González fue documentada por la Liga de Francia, institución de probada responsabilidad, respetabilidad y confianza. En ese sentido, parece no haber dudas sobre la sentencia. Queda por saber si tratándose de un tema tan delicado, no cabe una reflexión más profunda: en la lucha contra el racismo los deportistas juegan un papel fundamental, es una lucha muy seria, ninguno debería tomarla a la ligera.