Saber abuchear. Pitidos, aplausos, chiquitibumes, mentadas, ra-ra-ras y abucheos, son parte de la cultura futbolera de nuestro país. Líneas de expresión familiares, inocentes y sensatas de una afición pacífica como la nuestra. Indignarse porque la Selección fue abucheada ante el esperpento de Mundial y el espanto de partidos posteriores, es no valorar, ni conocer, las costumbres del buen público mexicano. Siempre serán preferibles este tipo de expresiones como una sencilla porra y un sincero abucheo, que el insulto, la agresión, las pinchadas, el “apriete”, el grito prohibido como método de acoso y las expresiones de odio o amenaza que abundan en las redes y empiezan a aparecer en algunos sectores de nuestros estadios. El abucheo despresuriza, es sacar el aliento que quedó atorado en la gargantilla del fanático; diría, que es un reflejo casi natural del cuerpo ante el desánimo contagioso, solidario y manifiesto. Saber abuchear, en su justa medida, es muy sano.
Saber aplaudir. Extraordinarios publicistas, vendedores y promotores, los argentinos programaron dos partidazos: el primero contra Panamá (2-0) y el segundo contra Curazao (7-0) para estrenar la corona de campeón mundial. Más difícil para Messi y compañía habría sido enfrentar al ganador de la King’s League, a un equipo de veteranos de 1986 o la selección olímpica de su país; pero la campaña necesitaba que el protagonista se luciera, el rival se cagara y la escenografía brillara. El resultado: una gira de homenaje al estilo de las viejas estrellas de rock. En dos partidos, Messi remató veinticuatro veces al marco, anotó cuatro goles y dio una asistencia para el delirio de sus aficionados y el regocijo de la prensa que encabeza: “El campeón está en forma, la campeonitis no existe o nos vemos en el 2026”. En el futbol hay que saber jugar, saberse aplaudir y saberse vender, en eso, no hay quien sepa más que los argentinos.