Cuando Menotti llegó a México lo primero que hizo fue organizar una gira por diferentes ciudades, equipos, escuelas y Ligas con el objetivo de encontrar el estilo del futbolista mexicano en estado natural.
Se habló muy poco de aquella gira de reconocimiento, pero fue muy llamativa porque Menotti, cuya primera responsabilidad era formar la Selección Olímpica, se acercó al amateurismo antes que al profesionalismo.
Al finalizar este periodo de introducción dejó una frase durante una entrevista para una radiodifusora argentina en la que quiso poner en valor lo que había visto: “Encontré un pichoncito de Maradona”, dijo, exagerando el acento. Los medios intuyeron que Menotti se refería a Ramón Ramírez, que desde luego nunca jugó como Maradona, pero sin ninguna duda era la gran promesa mexicana de la época.
Uno de los grandes peligros del Mundial Infantil es la expectativa que producen las promesas. Aunque estos jóvenes futbolistas no tienen la responsabilidad de prometernos nada, nosotros les llamamos promesas esperando cumplan nuestras expectativas antes que las suyas.
Alguna vez pensamos que el mejor jugador del mundo sería mexicano y fuimos a buscar promesas en la frágil carrera de Giovani, que siendo menor de edad, tuvo que cuidar el sueño de millones. Era imposible no verlo sobre el campo: México tenía una joya puliéndose en una de las grandes canteras de la época. Era cuestión de tiempo para que madurara y nos ayudara a ganar un Mundial. Nadie se detuvo a pensar que semejante responsabilidad, podía confundirlo. Pronto, Giovani dio síntomas de agotamiento, empezaron a faltarle cosas y sobrarle accesorios. Con la inocencia típica de la edad, descubrió el peligro de la fama para la que nadie le había entrenado.
Una tarde, los monjes que cuidan las almas de los chicos de La Masía se dieron cuenta de su único defecto: Giovani dos Santos era una promesa sin vocación.