Pesadillas. A nadie debe molestar que el americanismo hable con tanta insistencia de su grandeza: juega en el estadio más grande, tiene el presupuesto más grande, acumula la colección de títulos más grande y es apoyado por la afición más grande del futbol mexicano; las dimensiones de su equipo son correctas. A lo largo de esta gran historia el América también ha tenido las rivalidades más grandes y en su gran mayoría, ha ganado la mayor parte porque su grandeza es aplastante. ¿Un equipo de este tamaño puede temerle a alguien? Sí; lo he visto jugar con mucho miedo frente a dos rivales en diferentes épocas: contra los Pumas de los años ochentas y noventas, y contra el Pachuca del año 2000 a la fecha. En ambos casos hay un común denominador que el americanismo no soporta: jóvenes con garra y talento criados en buenas canteras, son su pesadilla más grande.
Sueños. Cada uno es libre de identificarse con el equipo que le plazca, faltaba más, pero sin importar cómo jueguen y de dónde vengan, yo me identifico con los equipos hechos en la cantera; para mí son una lucha de identidad, una razón de ecuanimidad, una causa de sostenibilidad, una cuestión de fiabilidad, una demostración de fidelidad y a la larga también representan un estado de felicidad y un objetivo de libertad que les permite no depender de nadie más. En las últimas semanas un equipo muy joven de soñadores, el Pachuca, con una media de 23 años de edad, se comportó como el más maduro del campeonato: jugó 8 partidos en 21 días, no perdió ninguno, se quedó a las puertas de otra semifinal de Liga y calificó a la Final de la Copa de Campeones de Concacaf sin mirar las fechas en las actas de nacimiento de sus futbolistas. Al interior de esa clase de equipos siempre hay un espíritu de hermandad, casi colegial, que los vuelve iguales dentro y fuera de la cancha, y un sentido de la solidaridad que los hace únicos.
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