Una frase común en el deporte utiliza la denominación ADN para explicar que un equipo contiene cierta información genética que lo hace diferente al resto. Por lógica, aunque sea poética, todos los equipos tienen su propio código. Otra cosa muy distinta es que esa herencia se respete, se fomente o se transmita a través de generaciones de jugadores, entrenadores, directivos y fanáticos.
Desgastada la frase, y desgastado también su concepto aplicado al deporte, son pocos los equipos capaces de mantenerse fieles a su origen, sus ideales o su esencia. Esa información tan exclusiva y delicada que permite a una organización tener memoria institucional, es lo que define su marca, su filosofía, su gobernanza, su forma de entender la vida, el trabajo, sus relaciones sociales, culturales y su estilo de juego.
En el futbol, hay equipos en los que ese ADN empezó en la cancha y subió a la tribuna; hay otros en los que el ADN se originó en los despachos y de ahí bajó al campo; y algunos otros, en los que el ADN se integró a todas las áreas de la organización gracias a un personaje clave en su vida: es el caso del Barcelona de Johan Cruyff.
Un organismo inigualable en la historia del futbol que echó raíces tan profundas, logrando convertir aquel sistema en un instructivo que orientó el camino de un Club centenario desde el jardinero, hasta el presidente. Hay un Barça antes y después de Cruyff, incluso el de Guardiola, que recibió artesanalmente todo el legado de su mentor.
Con una muestra de sangre extraída en las últimas horas, el Barça ha tomado una decisión que podría parecer cosmética, pero que, en el fondo, explica a la perfección el orden de todos esos elementos que deben alinearse en un equipo para continuar con un sello indeleble a lo largo del tiempo. Como un método de conservación, nombró a Jordi Cruyff, hijo de Johan, como consejero deportivo: una especie de corrector de estilo.
José Ramón Fernández Gutiérrez De Quevedo
